Por Ramiro Calle.- Lo he dicho numerosas veces en las clases que imparto de meditación: «Los científicos saben, pero los místicos saben mucho más». Sinceramente, yo podría prescindir de Einstein, pero nunca podría hacerlo de un Rumí, San Juan de la Cruz o Kabir, que han sido gran inspiración, consuelo y aliento para mi vida de buscador de la última relaidad. Le debemos mucho la ciencia bien encauzada y humanizada, al servicio genuino del bienestar del ser humano, pero también hay que reconcoer, tras un riguroso examen, que la ciencia tiene sus límites y su lado sombrío, y que los científicos a veces han incurrido en un dogmatimos tan rígido como los creyentes y que unos y otros están atascados y no logran tener una visión más ámplia o panorámica. Por mucho que se haga gala de la teoría de la evolución de la especie, por ejemplo, ésta no resuelve los grandes interrogantes existenciales de por qué y, sobre todo, para qué.
El viaje no solo es hacia afuera, sino sobre todo hacia los adentros. La conquista exterior de ada sirve si no va seguida de una conquista interior. Mientras el ser humano no tenga una mente clara y un corazón compasivo, la ciencia corre siempre el riesgo de ponerse del lado de la codicia, el poder putrescible y la manipulación más indecorosa. Como a menudo insisto en ello, no se trata solo de conocer por conocer, sino principlamente de conocer al conocedor. Sin compasión este mundo seguirá totalmente perdido, en manos de los más ciegos y codiciosos. Se necesita incluso una ciencia compasiva y verdaderamente al servicio del ser humano. Una ciencia que asuma sus propias limitaciones, libre de dogmatismos,para seguir eovlucionando.
Se requiere, pues, y necesariamente, un tipo de ciencia más «espiritualizado», por decirlo así, o tambien más humilde y que se aparte de los parámetros asfixiantemente materialistas. Un científico puede tambien ser un místico y un místico estar abierto a la ciencia. Mística y ciencia deben matrimoniarse. Por fortuna los científicos de vanguardia ya no le dan en absoluto la espalda a los místicos ni a sus enseñanzac ontemplativas. Saben que tienen que aprender mucho de ellos o que por lo menos merecen un respeto profundo. Saben también, si no están cegados por su fanatismo científico, que muchas enseñanzas que se vertieron hace miles de años ahora están siendo comprobadas científicamente, ya sea sobre los misterios del Cosmos o sobre la no menos misteriosa mente y la práctica meditativa. Los científicos corroboran enseñanzas místicas y los místicos iluminan en otros campos a los científicos. Unos y otros tratan, con sus métodos, de penetrar en lo invisible, que es aquello que todavía no ha logrado verse, como lo esotérico es aquello que todavía no se ha tornado exotérico.
He leído recintemente la obra de Avinash Chandra «El Científico y el Santo». En esta obra el autor se hace muchas preguntas, afronta grandes interrogantes existenciales, metafísicos, espirituales y tamabién científicos. Contiene mucho conocimiento y mucha sabiduría que hay que digerir lentamente, como si se tratara de un ejercicio yóguico. Está salpicada de enseñanzas de los grandes Despiertos de la Humanidad; una herencia espiritual que es como una lámpara que sigue iluminando un mundo convulso y desorientado.
En último término, las respuestas no están en la mente humana ordinaria, y por eso Buda declaró: «El que interroga, se equivoca; el que reponde, se equivoca». Más allá de los pensamientos, los conceptos, las fórmulas científicas, está el Silencio que habla. La cuestión es que para los sabios de Oriente, la mente hace el cerebro, y para los científico, el cerebro hace la mente. Pero una y otra aseveración no se excluyen. Seguramente hay una tercera vía. El secreto para seguir avanzando por la larga senda de la autorrealización, está en dudar, pero no en dejar que nuestro corazón se endurezca por la duda escéptica (que advertía Buda) o sistemática.
Cuando el siempre querido y entrañable Hermann Hesse aseveraba que no creía en ninguno de los valores de esta sociedad, e incluía la ciencia, es porque una ciencia deshumanizada no tiene valor, pero una ciencia humanizada y que sepa ver más allá del a veces prpotente ego científico, será una ciencia muy positiva y bienvenida. Hoy en día, por fortuna, son muchos los científicos que se sientan a dialogar con personas del espíritu o expertos en técnicas de autorrealización. Científicos y místicos tienen mucho que aportarse. Y si además de todo ello, se reunen a meditar juntos, mucho mejor, porque entonces se comunicarán no solo de mente a mente, sino tambien de corazón a corazón.
Ramiro Calle