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¿A qué quieres jugar?

Por Mª Laura Martínez Ramírez.- ¿A qué quieres a jugar?
Así, con esa frase, con los hermanos o los amigos, empezábamos a crear una realidad, en ese periodo de libertad donde podíamos hacer dentro de ciertos límites, lo que queríamos, que no era otra cosa que lo que nos venía como inspiración, ¡hoy sabemos de dónde! De nuestro Yo Superior.
Y rápidamente se organizaba en el patio de la casa, un circo con un trapecio improvisado que no era otra cosa que el columpio, donde algunos intentaba hacer piruetas y equilibrios intentando que fueran más raros y difíciles. En una esquina, una hermana había puesto su tienda de comestibles donde íbamos a comprar el arroz o la harina que habíamos cogido de la cocina, y previo pago de monedas de papel, nos vendía la tendera en paquetes de papel concienzudamente cerrados. Otra tenía un hotel restaurante, donde nos sentábamos con nuestros muñecos a tomar un refresco. Recuerdo a mi hermano poner sus figuras alrededor de una tienda de campaña antes de iniciar la excursión de rescate a un monte imaginario. Y yo solía tener mi casa en el gallinero, que nunca tuvo esas inquilinas.

– ¿A qué jugamos?, volvíamos a preguntar cuando bajábamos al jardín cercano todas las tardes, donde experimentábamos la verdadera libertad de estar abiertos al mundo.
Puedo sentir todavía la excitación de sentirme perseguida en un juego, o la de correr detrás de alguien hasta alcanzarlo. La pasión con la que nos implicábamos en el respeto a las normas, la compasión al darle la mano al niño al que le faltaban los dedos, con la conciencia diciendo sí, haberme dejado llevar por el egoísmo o el orgullo y la conciencia diciendo no.
Iniciábamos aprendizajes que luego se repetirían como círculos concéntricos en otros momentos de la vida, en escenarios más serios y difíciles, comencé a experimentar la responsabilidad de ser madre al cuidar a mi muñeco, había que darle la comida a su hora, la ropa adecuada, la de tener una casa con sus pequeñas gestiones, organizaciones y decisiones, comprobé la sensación de traicionar a mi hermana, dando los vestidos que le había hecho a su muñeca, a otra niña, porque me gustaba su hermano, y lo mal que me sentí, y la de cooperar en la fiesta de cumpleaños de tal muñeca, o al ceder el protagonismo, al asistir de público al teatro, que en el desván, había formado otros niños del barrio.

Y es que cada día había un nuevo reto, el de pasar por el túnel, el de llegar hasta el final por esa cornisa, aprender a montar en bicicleta o patines. Todo aprendizaje se vivía como algo apasionante, y en cada interacción, emociones que aprender a gestionar, descubrimiento y creación de una incipiente personalidad.
– ¿Y ahora qué?
– Ahora igual.
Allí se quedó la niña con sus heridas sin curar, sus temas sin integrar, sus dudas sin resolver. Pero está en nosotros y vuelve con sus cuestiones a aparecer en nuestro día a día, ahora el escenario es otro, el patio se ha convertido en el lugar del trabajo, y el jardín en el mundo, pero con la decisión con la que fuimos a por ese balón para nuestro equipo, hemos seguido yendo y lo seguiremos haciendo, para defender lo que creemos necesario y justo, porque seguimos jugando, siempre seguiremos jugando.

Nuestro Yo Superior continúa con el plan que nos ayudó a marcar antes de nacer, e infaliblemente trae a nuestros pensamientos a modo de inspiración, temas para que lleguemos a ser lo que planificamos, que no es otra cosa que lo que nos llena, lo que nos hace estar en plenitud. Para ello, nos va llevando a atravesar umbrales, para que nos conozcamos, para que nos expresemos.
Igual que antes, pero en espacios más complejos jugaremos y una y otra vez, y de forma inconsciente nos preguntaremos:

– ¿A qué quiero jugar ahora?
Entonces puedes mostrar interés por la mujer que con amor explora y se deja explorar con gozo por la vida, conectando con el de correr y saltar de la infancia, puede que cuando se haya asimilado, tal vez aparezca el deseo de ser la fértil o la que nutre, a imagen de lo que iniciamos con nuestros muñecos, y sentimos la necesidad de hacerlo como madres, como fuente de inspiración para otros, con nuestras creaciones, etc. En distinto momento, o tal vez coincidiendo con algún otro, sentimos la necesidad de adentrarnos en las responsabilidades de una familia, con un a autoindagación de la propia familia, en algún otro momento aparecerá con más fuerza el maestro interior, que te insta a abrirte a la sabiduría, tal vez relacionada con la espiritualidad. Antes o después te encontrarás ante el éxito, tal como lo entiendas, su relación con el dinero o el trabajo y el empoderamiento y el liderazgo, a imagen del que teníamos nuestra tienda de comestibles o en el restaurante imaginario, en ese camino jugaras en algún momento a la mujer que sabe, la que cura, o que es solidaria, que se entrega y coopera por causas que son más que ella, que une lo espiritual a todo lo terrenal.

Lo difícil ahora es dejar de jugar al juego anterior, cuando ya nos hemos identificado con él, o empezar otro nuevo con la facilidad que lo hacíamos de pequeños.
Si nos lo tomáramos igual, con la misma pasión, con la misma indiferencia al final, cuando ya vemos que ese juego no nos motiva más, la vida la viviríamos como lo que es, algo divertido, algo para expresarnos, para aprender.
Deseo para todos, que sigan jugando toda su vida con esa pasión, con la ilusión de los niños ante un juguete nuevo, ante una situación de juego nueva. Eso es la vida, aprovechémoslo.
¿Y tú, a qué quieres jugar ahora?

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