Por Ramiro Calle.- Pues a veces la añoranza reconforta y a veces es doliente. En ocasiones la nostalgia alboroza el alma y otras la ensombrece. Todo es venir, todo es partir. El transcurso inexorable de la vida. Vamos, volvemos. Mi amigo José Ignacio Vidal se fue a la India, la vivió, se impregnó de élla y regresó. Su añoranza es grande. Más lo sería si hubiera conocido a Babaji Sibananda, si se hubiera fascinado con sus ojos, si se hubiera contagiado de su humor. José Ignacio nos ha enviado un sentido y sugerente mail a Luisa a mí, pero yo quiero compartirlo con los lectores. Hay en él no solo un gran fotógrafo, sino un gran literato. Seguro que todos disfrutaréis con este texto y doblemente los que hayais estado en la India, país que, para bien y para mal, a nadie deja indiferente.
«Hace dos meses que salí de Benarés y sigo con la misma sensación: no es una ciudad, no es una región, no pertenece ni a India ni a este mundo ¡Benarés es una estrella! La podemos ver y sentir desde cualquier lugar en el que estemos. Es muy fácil, cerramos los ojos, nos vamos centrando en la respiración y sin querer percibimos los olores de Manikarnika Ghat, el bullicio de Godowlia, las miradas de los sadhus y la limpia sonrisa de los niños.
Aquí, todo es una barbaridad: la belleza o la suciedad, la avaricia o la generosidad, la pobreza o la riqueza, la alegría o la tristeza, sus habitantes, sus insectos, sus templos, la espiritualidad, las motos ¡Todo es una barbaridad! Es un lugar en el que es mejor dejar a la razón encerrada en el hotel porque todo es incomprensible hasta que, paseas por los ghats, miras a un baba a los ojos, juegas con un crío y… ¡Todo está comprendido!
Allí he realizado el viaje más largo de vida sin moverme del sitio. Siguiendo tus enseñanzas, inicié ese viaje al fondo de mi mismo. Cuando abrí la ventana, por la puerta principal me dió miedo entrar, vi algo muy grande que estaba dentro de mi y que ¡no conocía!
Muchos sabios y maestros lo dicen: para viajar a tu interior no hay que hacer nada, así de fácil pero ¡no sé no hacer nada! Lo único que hay que hacer es lo que nos enseñó Alicia, pasar al otro lado del espejo.
Y no vi lo que Carroll nos contó en su novela, no. Para ser conciso, al otro lado del espejo sólo hay sosiego, paz y tranquilidad. La sensación de sentirse bien, en paz contigo y con el mundo, solo tiene un nombre: ¡Felicidad! Ya sé que la felicidad cambia de barrio dependiendo de quien la sienta, para mi la felicidad es tener una mente libre de conflictos y un corazón de amor y comprensión hacia todos y hacia todo.
A esto se unió el sentir en la piel que tu y yo somos lo mismo, all are one que dicen en Dashashwamedh. Esta no diferencia entre todos, te transporta a una bienaventuranza difícil de describir y que cuando sales de ella te preguntas ¿qué hago yo aquí?
Y todavía me lo pregunto, todos los días quiero volver a cruzar el espejo pero ¡no estoy en Kashi!
I’m sorry Luisa y Ramiro pero sois los que mejor entendéis este tránsito de Alicia. Os quiero.»