Por Ignacio Asención.- Primero vivís dentro de la ilusión del ego. Te sentís una víctima.
Te cansás de sufrir.
Después conocés el «mundo espiritual», te hacés un buscador. Aprendés que cada uno es responsable absoluto de su vida.
Posteriormente aparece el ego espiritual. Te sentís culpable por no evolucionar, porque todavía aparecen las sensaciones de victimismo.
Otra vez, te cansás de sufrir.
Sabés que hay un paso más que dar.
La personalidad tiene miedo, teme ser amenazada, le teme a la vulnerabilidad, le teme a la destrucción. Todavía se ilusiona. Anhela encontrar el amor allá afuera («Hay que esmerarse, esforzarse, ser una mejor versión de uno mismo… de esa manera recibiré amor».)
Finalmente aprendés que no se trata de cambiar los pensamientos ni las emociones, que no se trata de reprimir ni de reaccionar. Se trata de ser un padre amoroso y compasivo con todos los pensamientos automáticos que vienen desde un lugar lejano. Aprendés a relajarte en el instante, a abrazar todos los climas, a soltar el control, a soltar el control del control. Ya no existen dioses a los cuales aferrarse, ya no existen creencias que no puedan modificarse. Mi verdad es chica y momentánea como la de cualquier otro. Somos hijos de una gran Verdad que nos está permitiendo ser en este momento. Ya no hay nada que argumentar. Todo está bien. No pasa nada. Estamos para equivocarnos. Estamos para aprender. Estamos para morir y renacer. Lo único verdadero es aquello que es siempre, aquello que no puede ser amenazado ni destruido, eso que está en el interior de todas las cosas.
Así, cuando no hay más deseo que el de la paz y la felicidad interior, el único Dios que queda es el de la intuición, el de la corazonada. Se vuelve a ser un niño, en el sentido de no tener problemas con asumirse ignorante y en el sentido de saber que el mundo es un lugar nuevo y apasionante a cada instante. Y al mismo tiempo se es un adulto, porque más allá de que ya no queremos cambiar a nuestro personaje, sabemos que estamos en él, con todas sus luces y sombras, con toda su ilusión. La única diferencia es que ahora distinguimos qué es ilusorio y qué es real. No luchamos más contra aquellos pensamientos que no nos aportan, simplemente nos dirigimos a vivir en base a los pensamientos que sí lo hacen.
Ignacio Asención
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