Por Damián Daga.- Durante toda la historia conocida, la humanidad ha vivido esclava de períodos cíclicos, balanceándose entre dos extremos:
-Períodos de crecimiento constante -de EVOLUCIÓN en todos los aspectos, de superación de brechas cognitivas, intelectuales… de progreso, de REVOLUCIÓN, de triunfo de las ideas progresistas- plenos de libertad, cultura, arte, búsqueda de la igualdad y la fraternidad a través de la aceptación del prójimo y del respeto mutuo a través del diálogo con el opuesto. Períodos de paz y estabilidad: LOS DÍAS FELICES DEL HOMBRE, tiempos de consciencia, de usar nuestra intuición, nuestro hemisferio derecho, nuestro lado femenino, los días matriarcales -de Venus, diosa del amor-, en que todo se encontraba en un equilibrio natural, sin imposiciones.
-Períodos de total estancamiento -de INVOLUCIÓN en todos los aspectos, de imposición a través de palabras como «orden» y «disciplina», de significados totalmente sacados de contexto que realemente tienen otros significados como «dominación», «miedo», «dolor», tiempos de REACCIÓN, de triunfo de ideas conservadoras y retrógradas; de persecución, perversión y secuestro de las libertades, de la cultura, del arte… del conocimiento en todos los aspectos- donde la igualdad y la fraternidad se rompen, llevando a la violencia, a la guerra, al desastre, al CAOS: LOS DÍAS TRISTES DEL HOMBRE. Períodos de Ego, de ceguera, de vivir bajo el dominio del instinto y un intelecto excesivamente racional y dominado por las pasiones y emociones. Tiempos del hemisferio izquierdo, nuestro lado masculino, los días patriarcales -de Marte, dios de la guerra- en que todo se encontraba en un gran desequilibrio impuesto: desequilibrio económico, ideológico, moral, ecológico… basado en la ruptura del diálogo y la comprensión, basados en el dominio de unos sobre otros, en la «ley del más fuerte».
-Y entre ambos: Períodos de declive de sistemas, crisis y caos: una transición, a veces involutiva, otras veces evolutiva. Períodos de movimiento en la balanza, dirigiéndose de un extremo a otro, buscando el equilibrio tras el caos y viceversa. Como los equinoccios que llevaban invariablemente de un solsticio al otro.
Tras cada final de proceso, nuestra evolución ha sido clara, hemos aprendido lecciones, crecido, a pesar del sufrimiento. El hombre, en su constante búsqueda del paraíso, ha avanzado; aunque a un precio cada vez más elevado. Debemos mirar si el camino elegido para buscarlo ha sido realmente el adecuado. Pues, más bien, parece que en lugar de encontrar el paraíso, lo estamos dejando atrás.
En estos momentos vivimos en la encrucijada más grave en la que se haya podido encontrar la humanidad: vivimos en una crisis que se está convirtiendo en crónica.
Los augurios para el futuro no son precisamente optimistas, las señales son claras: estamos dejando atrás ese gran período de crecimiento y evolución que hemos vivido desde finales de 1945 y volvemos a tiempos que nos recuerdan demasiado a los oscuros días anteriores.
Que no nos engañen los espejismos de falso progreso tecnológico y social, pues no son más que los remanentes de la gran velocidad de nuestra evolución previa, que ha seguido moviéndose como el vehículo que continúa, por inercia, avanzando unos cuantos metros, hasta que, al fin, se acaba deteniendo del todo. Aunque no nos hayamos dado cuenta, hace ya mucho tiempo que dejamos de pisar el aceledor para frenar a fondo.
Son muchas las lecciones que debemos aprender, es muy grande nuestra actual brecha cognitiva, y esta vez no podemos vencerla únicamente con el intelecto, es hora de nuestra última y verdadera gran revolución, una que resuelva todos los graves problemas que hemos ido dejando en el camino (ecológicos, económicos, morales…), para que dejemos atrás nuestro mayor período de caos y oscuridad (nunca antes se había encontrado la humanidad tan próxima a la destrucción total) y accedamos a nuestro mayor período de luz: a la evolución definitiva, al acceso al paraíso que buscamos. Eso sólo es posible a través de la consciencia, del triunfo de la intuición sobre intelecto y el instinto, y no al revés. Cada vez hay más gente que lo sabe y que, gracias al Cielo, ha despertado y está ayudando a otra mucha a despertar, trayendo la luz en estos días oscuros.
Desde aquí, propaguemos la luz. Hace pocos días estabamos celebrando un viejo rito, tan viejo como el mundo: el día del solsticio de invierno, un día en que la luz nacía entre las tinieblas y se expandía hasta casi vencerlas en el solsticio de verano. Es nuestro deber tomar la luz y expandirla en este período de invierno y resistir, por largo y duro que éste pueda resultarnos, hasta que por fín llegue nuestra ansiada primavera.
Os deseo un feliz año 2019.