Hasta el momento, investigadores de la prehistoria y la evolución humana explican la tolerancia a la lactosa que hoy tenemos los humanos en nuestra edad madura, y no solo en nuestra etapa lactante, debido a una mutación genética.
La cueva de Atapuerca en la provincia de Burgos (España) ha permitido descubrir otra hipótesis que, aunque no excluyente, cobraría más importancia que la hasta ahora estudiada. Nuestros antepasados, en su mayoría pastores, tenían acceso a los productos con lactosa por lo que el hambre y su continuo consumo podrían haber provocado que hoy en día podamos tomar este tipo de productos.
El origen de esta segunda teoría nace cuando un equipo internacional de investigadores analizó el ADN de restos humanos del yacimiento burgalés buscando la citada mutación genética y no la encontraron.
El experto en genética evolutiva del University College, Mark Thomas, ha explicado que no les sorprendió no encontrar la mutación cuando terminaron de examinar los restos óseos ya que ‘aunque la mayoría de los primeros granjeros europeos no contaran con la persistencia de la lactasa, ellos aún pudieron ser capaces de consumir productos lácteos fermentados, como el yogur o el queso’.
En épocas en la que la carne o la verdura escasearan, aquellos humanos podrían haber tomado alimentos menos fermentados y ‘esto podría haberles causado los habituales síntomas de la intolerancia a la lactosa, como la diarrea. En poblaciones sanas, la diarrea no supone una seria amenaza para la vida, pero en individuos muy desnutridos sí podría serlo. La hambruna podría haber generado episodios de una muy fuerte selección natural favoreciendo la persistencia de la lactasa’.
Thomas también ha indicado que las dos ideas son compatibles porque ‘mientras en las poblaciones más al norte, la asimilación del calcio pudo ser más importante y acabar convirtiéndose en una mutación genética, esta nueva hipótesis encaja bien donde, como en España y el resto del Mediterráneo, no había problemas para conseguir vitamina D gracias a la radiación solar’.