Por Ramiro Calle.- Hablaba el otro día de la envidia, el pecado de los pecados capitales, el pecado medular de muchas personas, aunque esta palabra me espanta, como le sucedía a Vivekananda.
Mejor es decir «tendencia tóxica» o propensión insana. Y los envidiosos nunca ven la hebra de luz en la nube macilenta. Miran a través de sus ojos venenosos y se dejan llevar por su compulsiva tendencia a infamiar e insultar. Proyectan sobre los demás sus complejos, carencias emocionales, fisuras psíquicas, fracturas mentales y emocionales.
El mismo Buda tenía que aguantar los insultos de los demás, a los que respondía con «Los demás me insultan, pero yo no recibo el insulto». Gente malévola y melediciente la ha habido siempre, y aunque hay muchas más personas benevolentes que malevolentes, no se puede negar que abundan las personas aviesas, si es que personas pueden llamarse.
Volviendo a Buda, declaró: «Nunca ha habido ni hay ni habrá alquien a los que unos no alaben y unos no insulten». Hay dos categorías de pobres de espíritu: los que lo son gloriosamente porque superan su ego, y los que son en el más bajo sentido porque ni siquiera tratan de mejorarse y de superar sus neuróticas tendencias de rencor, resentimiento y odio. Ellos son su peor castigo y, en palabras de Gurdjieff, ¿qué peor castigo puede haber?
Resulta que para estar a la altura de los demás, los de baja estatura ética, humana o emocional, se empeñan en el intento necio de cortar las piernas a los de mente sana. Pero, en ningún caso, por mucho que los chacales aullen se inmuta la luna en el cielo y mucho menos se cae. Hay gente aviesa que se alimenta del conflicto.
Todos las encontramos a lo largo de nuestra vida. Gracias a ellas podemos desarrollar ecuanimidad, compasión y un talante de apacibilidad. Sigan los chacales aullando mientras la luna les sonríe
Ramiro Calle