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AYAHUASCA ¿Un viaje sin retorno?

Por Magnolia Fabre.- Me encontré con la Ayahuasca por primera vez en pleno desierto de Chilca, en Lima Perú, hace un par de años. Con el absoluto terror de estar abriendo una puerta que sabía, muy dentro, yo misma había tapiado con mil maderos por alguna razón inconsciente, quién sabe desde cuando, qué día … o en que antigua vida mía. No tuve opción más que atender esa pulsión, ese llamado que golpeó por meses mi corazón, una voz interna e incesante que susurraba: Ven, Ven’. No pude más. Me rendí ante aquella convocatoria espiritual y acudí al llamado al igual que un soldado se presenta a la primera línea de batalla así, sin más, desprovisto de un rifle, quizá apenas con un palillo de dientes. Lo sentí tal cual. Me sobrecogía la idea de quedarme atrapada en dimensiones psicodélicas, extraviarme eternamente en el laberinto de las percepciones, temía no hallar jamás mi camino de vuelta. Me preparé con suficiente antelación sosteniendo una dieta que restringía básicamente todos los deleites comunes y accesibles  del hombre. Cero carne, cero alcohol, cero café…¿sexo? …Pfff…Ni pensarlo. Para purificar el alma, dicen todos los grandes maestros, primero hay que depurar el cuerpo, aliviar un poco su densidad, acallar los apetitos del Ego, taparle la boca a ese amo del calabozo que siempre pide más, esa criatura voraz de placeres inmediatos, de recompensas ipso factas, esa sanguijuela caprichosa de experiencias vanas …el ego, el ego (suspiro)…silenciarlo, amordazarlo sin piedad, que se esté quieto y de brazos cruzados por una vez.

Tuve suerte al entrar en trance de manera sutil. No pasa siempre. Cada quién experimenta un viaje distinto, una turbulencia personal e intransferible. La madre Ayahuasca fue gentil conmigo. Me acogió en sus brazos como a una niña perdida y asustada. Me guío lento y a paso seguro a través de mundos simultáneos y paralelos. No atravesé desnuda, como tanto temía, por todos los infiernos de Dante. No me destripé el alma en vómitos ni espasmos, tampoco en arcadas. Pero sí que lloré. Vaya que lo hice. Lloré como no sabía que era humanamente posible llorar. Y es que para sanar hay que vaciarse primero de todo aquello que ha estado confinado por tanto tiempo. Decantar los líquidos del cuerpo como si fuese un río estancado al que por fin, se le permite correr con soltura, emancipar amarras, destrabar nudos, el agua debe seguir su cause natural, continuar su viaje, desenfundar su destino. Libre y salvaje.

No hubo psicodélia absurda ni sombras ni demonios bíblicos de doce cabezas. Hubieron visiones hermosas, danzantes y coherentes a la que llaman geometría sagrada. Sí, hallé mucho de eso. Una belleza que supe no venía de fuera, todo estaba aquí, muy dentro, conmigo. ¡Que regalazo! Hubo un sentido de completa disociación del cuerpo aunado a un entendimiento profundo y sobrecogedor de todo propósito universal: El amor Fue, es y siempre será, pues es eso lo único que somos: Divinidad absoluta. Unión perfecta. Equilibrio pleno.

Me quedé remecida unos cuantos días después de la ceremonia. Aún sentía aquel brebaje viscoso y amargo fluyendo por mi torrente energético. Me sentía colocada, muy en paz con mi entorno. Una especie de complicidad tácita con la naturaleza, con el murmullo del árbol de la esquina, que yo sé que me habla, con el andar cansino del perro callejero que cruza la calle mejor que yo. Casi como si pudiera confiarte que el mismísimo viento me guiñaba un ojo coqueto al pasar. Quisiera poder contarlo todo, al minúsculo detalle, divagar menos, aterrizarlo con más eficacia, pero hay emociones y figuras en mi memoria poética a las que no me sale darle forma física entendible. Esto sé y con esto me quedo:

‘Lo único real es el amor, todo lo demás, es solo interferencia’

No, no hay vuelta atrás ¿esperabas que dijera eso? No la hay, es un viaje sin retorno. Jamás volverás a experimentar ni sentir el mundo de la misma exacta manera, desde la visión ciega y empobrecida del ego. Hay ahora, como bien lo supo Stanley Kubrick, un ojo bien abierto. Una conciencia enriquecida y efervescente. Y es maravilloso. No pasa un solo día que no recuerde haberme dicho a mi misma (de camino a casa, luego del ritual) desde una voz interna, sabia y amorosa:

‘Bienvenida al primer día del resto de tu vida’

Gracias Madre Ayahuasca, gracias, gracias, gracias. Muy pronto nos volveremos a abrazar.

Namasté

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