Por Ramiro Calle.- Mi buen amigo y alumno desde hace mucho años el magnífico fotógrafo Quique Fidalgo (que aparece en la fotografía junto a Babaji Sibananda en Benarés), ha aportado un sentido y hermoso testimonio al libro de Babaji «El Misterio del Planeta», que en unas semanas publicará la editorial ELA y que ya está causando mucha expectación. Para que vayáis degustando algunas de estas inspiradoras aportaciones, que son en buen número, compartimos la de Quique con vosotros:
«El Baba era un tipo feliz, lo demostraba continuamente con su sonrisa y sus bromas. Desposeído de toda malicia, purificado por la ecuanimidad, en su vejez lucida y despierta había conseguido tener la inocencia de un niño que mira al mundo sin malicia, Se le notaba que estaba contento de no tener nada, o más bien, estaba encantado, lo tenía todo, porque nada material necesitaba para vivir.
Fue el anciano más guapo que he visto en mi vida, yo diría que era muy guapo, en el significado más superficial de la palabra. De joven era un «pedazo de tío» como observamos todos los días en el retrato que hay colgado en el centro de yoga Shadak. Esto puede parecer una frivolidad reseñarlo, pero a mí me parece importante, porque ese impresionante poderío físico, esa belleza física es una posesión tangible a la que él no se encadenó y de la que en su vida de renuncia y de búsqueda espiritual dejó en el camino.
Sus ojos me impresionaron, eran tremendos, verdes acuosos, parecían no tener límites, su mirada no asustaba, pero estaba llena de misterio por su pureza, como la de un mar limpio que no alcanzas a ver el fondo, donde los verdes se mezclan con el azul, los grises con los rojos y los blancos dan paso a la noche y las estrellas sonríen en las pupilas. Eran ojos que comprendía las miserias del ser humano, que habían cruzado todo un convulso siglo XX en la historia de un país como La India.
Ese tipo ya lo sabía todo de mí, había entrado en los bajos fondos del ser humano para conocerse y despojarse de todo lo que para un occidental como yo era imprescindible, familia, posición, seguridad… entonces, ¿para qué hablar? mi mal inglés y su poco español solo enturbiaban el encuentro y eran suficiente para lo básico. Desde el primer momento intuí que sobraban las palabras, estaba todo dicho. Fui bien recibido porque era amigo de Ramiro y eso era suficiente para él. Me senté a su lado y eso es lo que hice durante 3 días.
La verdad es que yo no buscaba nada especial en mi viaje a la India, no llegaba atormentado ni pretendía descubrir la verdad oculta de ningún misterio, tampoco era tan ingenuo como para pretender que en unos días fuera a cambiar mi vida una persona. Así que no tenía la intención de que el Baba me hiciese ninguna revelación. Yo solo quería conocer a un verdadero yogui, algo que no tenía tan claro lo que era. Y como viajaba solo y no tenía que dar explicaciones a nadie, me dispuse simplemente a estar y observar.
En los siguientes días, las mañanas me las pasé sentado a pocos metros del Ganges, en ese ghat donde él se ponía habitualmente y donde veía la vida pasar; delante de sus ojos acontecía un micromundo de miseria y oración. No se había encerrado en ningún monasterio, no lo protegía ningún muro que lo aislará del mundo, ningún grupo, secta, congregación lo arropaba y bendecía en su camino espiritual. El techo de su templo eran las nubes y el sol y sus «santos» eran los ciudadanos del mundo, cada uno con sus miserias, que pasaban por delante de sus ojos en aquel ghat que había elegido para que fuera su casa.
Algunos nativos se acercaban para ofrecerle sus respetos besándole las manos, algunos eran occidentales en tránsito y otros pasaban largas temporadas en Benarés y lo visitaban sentándose con él durante un rato, pero los encuentros eran de carácter divertido y risueño; yo en esos 3 días no observé que impartiera enseñanzas.
La mayor parte del tiempo lo pasaba suspendiendo su mirada en el infinito y se sumergía en un ensimismamiento profundo más allá de las aguas del río sagrado, donde un día, hace no sé cuantos años, decidió pararse y dedicar su vida a la purificación de su alma en la más profunda austeridad que uno puede imaginar. Las tardes eran más sociales, el Baba se trasladaba a la entrada del ghat, donde comerciantes de todo tipo montaban sus chiringuitos al aire libre, apenas un par de bancos viejos, una cafetera herrumbrosa y algún pastelito tenía él de su amigo…..La tarde transcurría de chai en chai que iban pagado con algunas rupias los que allí se acercaban a saludarlo. Era un buen reclamo para el chiringuito. Ahí, en el bullicio de ese zoco/medina pasaba la tarde tomando chai y bromeando de una forma muy infantil con muchas de las personas que conocía. Todos lo veneraban, lo admiraban y lo querían y en ningún momento observé en él ninguna altivez ni arrogancia. Solo en una ocasión me llamó la atención una especie de desdén que le dirigió a un sadhu que pasaba por allí y con el que intercambió alguna palabra con cierto desprecio, y a continuación me dio a entender que era un «broncas y un aprovechado».
Cuando me fui de Benarés no sabía que había dejado en mí el Baba más allá de un encuentro con un ser exótico y extravagante, pero eso sí, intuía que el encuentro estaba cargado de significado y que para nada había sido una experiencia frívola y superficial. Me hubiera encantado conocer las razones que le llevaron hasta aquel río, las peripecias de su vida, las tragedias, sus pensamientos y su sabiduría, y sobre todo el por qué de su renuncia a todo, ¿cuál era la causa que le había hecho tomar esa decisión?¿ la había o era puro misticismo?. Pero no fue así, no había literatura con la que aderezar aquel gran encuentro, ni historias con las que mitificar aquel personaje inolvidable. Aun así intuía que algo de trascendente había en aquella relación sin palabras, pero tardé mucho en saberlo.
Hoy en día tengo pocas cosas claras y sigo buscando equilibrio y serenidad en el yoga, pero tal vez lo que me dejaron aquellos días con el Baba es que lo que aquí llamamos «felicidad» ,es algo que tiene que ver con lo que pasa dentro de ti, que lo que está fuera, lo que ocurre fuera de uno mismo puede ser tremendamente importante para el estado de ánimo, ¿magnifico?,¿ devastador?, pero lo esencial, lo que depurará todo lo externo está en el viaje interior. Aquel tipo no necesitaba nada de lo que a mí me parecía importante para vivir, y era feliz. Un tipo que no pretendía ser nadie, que no pedía dinero y que se pasó largos años de su existencia observando la vida sin retirarse de ella. Lo único que quería es SER, sin importarle su legado. Su mirada, su alegría, su austeridad siempre tendrán un recuerdo en mi corazón.»