Por María José Rodríguez Martínez.- Todos los que gozamos de paz interior, en el fondo y puede que sin saberlo, estamos comprometidos con la vida. Cada criatura y cada hoja es un canto a la sublime realidad del Ser. Somos espirituales porque consideramos que los seres que habitan la Tierra tienen prioridad sobre los negocios y sueños megalómanos de humanos inconscientes de una realidad que nos trasciende.
¡Hay tanta belleza en una roca marina! ¡Tanta inteligencia en las abejas y las flores! Queremos comprender la gloria de la vida con una mente analítica que cercena y disecciona todo cuanto se encuentra. Ella, la naturaleza, se nos muestra generosa, aguardando un abrazo de conciencia plena y de quietud inconmensurable.
Hay ciegos que saben ver el milagroso resplandor de un nuevo día. La mayoría, más que de ceguera, sufre de iconsciencia. Están dormidos en el sueño de miles de años. Lo transmiten a sus hijos y éstos a los suyos. De repente un día, nace un niño que no encaja en el sueño. Pasará un desierto con algún oasis y, al fin, beberá el maná. Ya nunca podrá dejar de degustarlo.
Respetemos nuestro hogar y nuestros hermanos vivientes. Cuidemos este jardín jubiloso por existir en este preciso instante. Comuniquemos nuestro entusiasmo por el amor a todas las criaturas del planeta… Humanicémonos un poco. Merece la pena decir con solemne gallardía: Sí a la Vida. Nuestro compromiso más importante es con Ella.
Pasarán muchas lunas, como pasaré yo también, y la Vida seguirá naciendo cada amanecer. Ella no ha de pasar. Siempre habrá un expresión material del Ser porque es creador en su más íntima naturaleza.
En palabras toscas dejo expresión de mi experiencia del amor incondicional y la alianza que me une a la Vida.