Por Nayla Funes.- Las mujeres perras, las estrellas Alpha del Canis Maior: ladramos y mordemos. Cuando entramos en la canícula: los dejamos como perros sin aliento tirados a la sombra. Tenemos la cualidad de tenerlos locos cuando entramos en celo o ser las mejores amigas. Algunas somos Laika: perras de la calle dispuestas a entrenarnos para viajes estelares; otras, Luperca: lobas que amamantan fundadores de imperios; perras Proserpinas con su Can Cerbero o Helas con su Garm. Resilientes. En esto nos hemos convertido algunas, a esto hemos evolucionado las intranautas. Anubis, señoras de la necrópolis, las que reciben en el hades los viejos mandamientos. Aquí estamos: abriendo la jaula a la legión de diosas y demonios que nos habitan.
Algunas de raza y otras, de barrio. Las mujeres perras estamos despertando, evolucionando: de homo sapiens a mulier hostilis o a mulier canis (mujer hostil o mujer perra). Estamos acá, vibrando a 432Hz, llamándote a integrar la sombra, a desamarrarte.
Decidimos no llevar más la cruz, decidimos crucificar los mandatos opresores. Hemos abandonado nuestro personaje de Susanita, nuestras aspiraciones de Susanita, y le hemos abierto la puerta a la Betty Boop, a Jessica Rabbit, a Violencia Rivas.
Cuando queremos, tomamos el personaje de Maru Botana, el de Amma, de Rigoberta Menchú, el de Audrey Hepburn, el de una mujer de EZLN, el de una carmelita descalza, y a veces, el de Camila Vallejo.
Existe un entretejido complejo por el cual nos polarizamos o nos reducimos a un personaje, a un estereotipo de nosotras mismas, y se nos atora el disfraz. Nos autoreprimimos, nos encerramos y coartamos nuestra creatividad. Renunciamos a la mala, a la perra.
Si quieres llevar tu olfato a los niveles de un sabueso cuando algo huele mal; sacar del placar el tapado de zorra, de chacal, yo te propongo arrojarte al juego y ducharte con el agua que limpia del miasma de la sociedad bajo cero, de su frialdad, de sus frases hechas.
Te invito al calor, a despojarte de toda vestidura, a rasgar los velos de “la otra” que somos, a jalarla del espejo, a dejar de juzgarla e invitarla a jugar. No importa si eres adolescente, pisas los treinta, los cincuenta o los cien…
Para el despertar, es importante indagar sobre nuestra sombra: voltear y mirarla a los ojos, enfrentarla, degustarla, integrarla. La tarea es compleja, amplia, ardua, pero no te desanimes: se puede.
La sombra representa lo que dejamos afuera. No da puntada sin hilo. Teje nuestro destino como una titiritera y nos enreda en sus trampas si no nos animamos a mirarla, a hacernos cargo. Cuando la convertimos en nuestra aliada, puede sacarnos del laberinto como Ariadna.
Pongámonos el traje de psiconautas (el que navega por la psiquis) o de intranautas ( el que navega hacia adentro) y rescatémonos del espejo, ¡vamos! ¡Estas invitada!
Anímate, como las mujeres perras, a dejar de poner afuera lo que llevamos dentro, a mirar cómo el Señor Narasimha parte sobre su regazo al demonio Hiranykashyapu (nos inspiremos en esa furia para matar a nuestros propios demonios, no desde el más allá: con mantras zen, sino desde el más acá: con ese ímpetu).
Si nunca te emperras, si jamás muestras los dientes, sólo serás consciente de tu hybris cuando ésta aparezca en otra persona y nunca asumirás tu propia responsabilidad.
Cuando se dispara una proyección, la que nunca se enoja: se horrorizará ante la expresión de la ira y vehemencia del otro; la que nunca desempolva la lencería del cajón: se espantará con aquellas de escote y minifalda, etc.
Esto, en términos Jungnianos, es nuestra Sombra. Os invito a explorar este tema, a bajar la mirada y descubrir si, a esa oscuridad deforme y deiforme que nos acompaña, la invitarías a tomar el té al estilo “La muerte y la niña” de Pizarnik.
¿Y por qué querríamos conocer a la que hemos expatriado al hades? Para poner un alto al viejo modelo de vida bipartita donde el “mal” se llevó algunas virtudes: la capacidad de ser una buena hija de nuestras madres si las circunstancias lo requieren, por ejemplo. Se llevó la mejor lencería, se llevó las garras cuando nos limábamos las uñas para él o para lavar mejor los trastes, se llevó la puntería para escupirle la cara al desánimo y a la abulia, se llevó talentos por nuestra timidez, etc.
Porque aspiramos a estar enteras, te invito a rescatar lo que dejamos fuera, para completarnos, para alcanzar la Autorrealización que, según Maslow, “es el envión hacia la actualización de la totalidad psicológica fundada en la integración de la sombra”.
Nayla Funes