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De lo sensible a lo suprasensible

RamiroPor Ramiro Calle.- Nunca me cansaré de decir con profunda satisfacción que nuestra primera maestra,  nuestra gran gurú, nuestra Shakti (diosa) viviente es la madre. Ella deja las primeras improntas en nuestra  alma infantil, esas indelebles huellas que pueden marcar mucho nuestras vidas anímicas e incluso nuestros comportamientos y procederes. Ella puede convertirse en nuestra fuente de poder, sabiduría, inspiración; en nuestro torrente de vitalidad, contento y afán de  superación personal. Tuve la gran fortuna de poder contar con una madre de la que no dejé de aprender día tras día. ¡Me enseñó tantas cosas, me mostró tantos caminos, me acompañó por tantas sinuosas rutas existenciales y por tantos laberintos espirituales! . Viajé con ella a Tánger (donde había nacido), a Francia, a la India y a otros tantos lugares que no están solo fuera de uno sino dentro. Varias veces recorrí con ella los puestos de libros situados en la margen del Sena, hablando  de Víctor Hugo, Emile Zola, Lamartine, Pierre Loti, Romain Rolland y otros grandes escritores franceses, muchos de ellos apasionados por las tierras de la India. Como ella era de una fina sensibilidad espiritual y amante del universo de lo suprasensible, hablábamos también de los grandes esoteristas franceses, como Papus, Estanislas de Guaita, Peladam, Eliphas Levi y tantos otros.

Acabo de regresar de París. Siempre me ha interesado no solo el París luminoso, monumental, apabullantemente hermoso, sino el París de los artistas, los bohemios, los magos y espiritistas, los buscadores de la realidad que se esconde tras la realidad aparente. He vibrado en París viendo a los chochards que me recordaban, con sus luengas barbas, a uno de los hombres que más me inspiró en mi vida, Rafael Campeny, sadhu a la occidental, de sabiduría extraordinaria, que vivió en esta ciudad diecisiete años en casas en construcción; he visitado detenidamente por fin el museo de artes asiáticas que él tanto me aconsejara, el museo Guimet; he buscado en las gárgolas de Notre Dame su sentido ocultista y he escuchado música sacra en la Madelaine en la Noche Buena. Frente a la casa en la que viviera Gurdjieff en París, en la calle Colonel Renard, le he pedido a Luisa que me hiciera una cuantas fotos para el recuerdo, y he pensado en mis largas conversaciones con mi entrañable amigo Javier Suárez Illana sobre la necesidad de que las enseñanzas de Gurdjieff salgan de las garras de los que tratan de «elitizarlas». No podía dejar de visitar y pasear durante horas por el cementerio de Montmartre, donde están las tumbas de Degas, Truffaut, Alejandro Dumas, Teofilo Gauthier, Emile Zola y tantos otros espíritus artísticos. Mi madre me dio a leer las obras de Zola cuando era un jovencito y ahora, tantos años después, tengo la oportunidad de fotografiarme junto a su tumba.

En los invernales y muy fríos, pero siempre hermosos, atardeceres junto al Sena, he tenido radiante consciencia de cuánto le debemos a nuestra madre en este plano existencial. Mentalmente he recitado el mantra de la Diosa Tara, que se constela en la madre de carne y hueso. OM TARE TUTARE TURE SOHA. Es la invocación para que la energía femenina cósmica nos ayude a pasar de la orilla de la oscuridad y la servidumbre a la de la luz y la libertad.

 

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