Por Cristina Navarrete.- Últimamente me he dado cuenta de cómo las personas vivimos inmersas en la culpa. Cuando hablo con amigos, familiares, compañeros, conocidos o incluso desconocidos, veo lo mal que se sienten con ellos mismos, cómo viven sus “problemas” y cómo reaccionan ante ellos y añadiendo también mi experiencia, he comprobado que en la mayoría de las veces, en el poso siempre queda lo mismo, la culpa. La expresamos y vivimos de muchas formas, pero es fácil de identificar si cuando nos sentimos mal nos fijamos en nuestro diálogo interno o el que mantenemos con otros y nos damos cuenta, que utilizamos palabras o frases como: “debería”, “tendría”, “se espera de mí”, “fallaría sí”, “no soy suficiente bueno” etc. y ese, es el lenguaje de la culpa.
Creo que hay dos vías por las cuales llegamos a experimentarla, una es por lo que hacemos y otra por lo que somos, en ambos casos el foco de atención lo ponemos fuera, en el que dirán o qué pensarán y no dentro nuestro. Eso lo hacemos porque no confiamos en nosotros mismos, no nos creemos capaces de hacer lo correcto y no nos sentimos suficientemente buenos, por eso otorgamos a nuestro entorno el poder de juzgarnos y evaluarnos, proyectamos esa inseguridad fuera y acabamos sintiéndonos mal por ello, nos distraemos de lo que realmente importa, de que ya somos perfectos tal y que la paz llega cuando somos coherentes con lo que pensamos, sentimos y hacemos.
Pero ¿por qué sentimos culpa de lo que pensamos? Porque lo hacemos desde el miedo. Raimón Samsó en su libro explica que hay dos maneras de pensar, desde el amor o desde el miedo, todo se reduce a eso. El miedo nos acompaña cuando buscamos fuera la seguridad, la confianza, el reconocimiento o el cariño y nos hacemos mendigos de ello, el miedo a perder todo transforma nuestros pensamientos en tóxicos, nos sentimos mal y la coherencia se hace imposible. Sin embargo cuando pensamos desde el amor, nos sentimos bien y seguros, manifestamos belleza y la culpa va desapareciendo. Para pensar desde el amor primero es necesario conocernos, aceptarnos y abrazar nuestra sombra, perdonarnos y no juzgarnos, así seremos capaces de hacerlo también con los demás y lo más importante, amarnos a nosotros mismos y así poder amar al prójimo y vivir sin culpa. Si buscamos dentro en vez de fuera todo lo que necesitamos, nos haremos conscientes que somos perfectos porque ya estamos completos. Todo habría sido más fácil si desde niños nos hubieran enseñado que no hacía falta ser o hacer nada para merecer el cariño, el reconocimiento o la seguridad, que ya éramos dignos de experimentarlo todo y poder sentirnos felices, llenos de amor sin más.
Pero, en nuestro proceso de socialización nos hicieron creer lo contrario, se encargaron de ello, por ejemplo en el colegio, cuando nos pasábamos horas interminables sentados y sin movernos, esperando ansiosos los veinte minutos de recreo para poder jugar y expresar nuestro entusiasmo por vivir, en nuestra casa, cuando nos recompensaban solo si nos portábamos “bien” aunque eso en muchos casos, anulara nuestra esencia y en los medios de comunicación, reproduciendo publicidad con gente sonriente y tranquila, disfrutando por fin de la jubilación, después de una vida llena de sacrificios, convenciéndonos que para ser felices hay que sufrir y un gran etcétera. Todos esos inputs nos han acompañado cada día, hasta hoy, diciéndonos y enseñándonos lo que deberíamos ser, pensar y hacer para ser buenos y merecer felicidad. Todo eso nos somete, nos coloca por debajo del “podio de la vida” que nos hemos inventado, una vida llena de cosas, tiempos, logros, medallas, triunfos y méritos, para poder llegar él. Hemos construido nuestra realidad con esa absurda creencia que lo que nos hace sentir bien está fuera y convencidos que hay que hacer cosas, conseguirlas, comprarlas, ganárselas, sacrificarse, dar, regalar… Llevamos a rastras esas creencias desde hace miles de años, digamos basta, dejemos de sufrir y de hacernos daño a nosotros mismos, la humanidad está enferma, vamos a erradicar la causa, desenmascaremos al ego y por tanto a la culpa.
Cuando descubrimos que estamos completos y somos por lo tanto perfectos, podemos ser felices sin depender de nada externo, sentir paz con lo que somos y hacemos. Cuando experimentemos todo eso, puede que aparezcan de nuevo los pensamientos del ego, cada vez lo harán menos, pero hay que ser conscientes, para identificarlos, apartarlos y que no fastidien, porque impondrán sus reglas, como la culpa, que hará repaso de “nuestros deberes”, dando el visto bueno a lo que hemos conseguido y poniendo la cruz a lo que no y por último, dictará cómo tenemos que sentirnos; un poco, bastante o muy tranquilos y así, es cuando habremos vuelto a poner el foco fuera, estaremos buscando y pensando la felicidad, no experimentándola. Cuando consigas llegar a esos momentos felices, alárgalos y si aparecen pensamientos de culpa, cuestiónalos, no les hagas caso, no estás loco, no eres un insensato o una insensible, sigue ahí, es perfecto que te sientas bien, cuanto más de esos momentos saborees y apartes tus pensamientos de sabotaje, más atraerás cosas buenas. Es en ese preciso momento, cuando somos libres y desaparecen las preocupaciones, obligaciones o deberes, solo estamos en el presente y disfrutamos de estar vivos. Esa libertad es nuestra originalidad, nuestra esencia, porque en esencia somos amor.
Gracias
Cristina Navarrete