Por Vanesa Saavedra.- El amor nunca muere, no hay nada en su cualidad que pueda morir. Elegimos sufrir y se requiere de grandes dosis de honestidad para poder afrontar esta verdad sin juicios ni drama.
Para reencontrarnos con el amor necesitamos soltar todo lo que hemos interpuesto entre nosotros y el amor. Tenemos que estar dispuestos a ser testigos directos de la agotadora batalla que mantenemos con dos sistemas de pensamiento totalmente diferentes (dualista y no dualista), solo así, con la experiencia directa, es contestada la pregunta de dónde y por qué viene la tensión y el sufrimiento.
Hay que aceptar con humildad que durante nuestro aprendizaje la mayoría de las veces lo único que hacemos es negociar porque desde nuestra arrogancia creemos saber mejor que la vida qué es lo que nos conviene. Nos tocará observar mil veces con dolor que, en realidad, no queremos soltar el mundo ni su sistema de pensamiento, sino obtener del mundo todo aquello a lo que le damos valor.
Darnos cuenta mil veces más de que tenemos una expectativa de cómo debe ser el regalo o como nos deberíamos sentir al recibirlo. Que cuando no se cumple nuestra expectativa volvemos a la carga, a la lucha, y al dolor con más rabia y desesperación porque sentimos que la vida no nos está tratando como merecemos.
Tenemos que estar dispuestos a mirar con inocencia como nos comportamos como un niño enrabietado, como si ese dolor, esa furia, no fueran nuestras sino fruto de unas circunstancias impuestas.
Si hacemos todo esto con honestidad y voluntad podremos sentarnos con confianza en el sentimiento que nos aterra y de cuya huida nace el sufrimiento. Un dolor que nos parece inagotable, que sentimos que siempre estuvo y que siempre estará, un dolor que sentimos como el origen de nosotros mismos y del que no hay salida. Pero allí, sentados en él, también seremos conscientes de lo cansados que estamos y hemos estado siempre huyendo de él, que siempre estuvo con nosotros y que nuestra vida, cada instante de nuestra vida, sólo es una obra de teatro para que nadie descubra que somos unos apestados y unos condenados a muerte.
Entonces ya no hay nada que hacer. Acabada la huida sólo nos queda reconocer que estábamos equivocados y la puerta se abre sola. Ya no hay nada que te impida desear la paz por encima de todo, es imposible no hacerlo, ya no tenemos nada que esconder ni ganas de defender este mundo, ni siquiera nuestra propia imagen o individualidad. Nos es que elijamos algo diferente es que hemos dejado de sujetar la mentira que se interponía a nuestra experiencia directa con el amor.
En un instante somos conscientes de que éramos nosotros y sólo nosotros los que nos aferrábamos a una idea errónea de la felicidad y al permitirnos experimentar y ser conscientes del alto precio que hemos pagado por ello la dejamos ir sin ningún esfuerzo porque hemos recordado que el amor nunca muere.
Vanesa Saavedra