Un suicidio en el salón de clases, un asesinato en la escuela o en la calle, una violación, un político o empresario dejando sin nada a un pueblo por una “loca” ambición, una guerra, un genocidio…
Y todos jugamos a sorprendernos, todos haciéndonos los naifs al preguntarnos: ¿Qué pasó acá?, ¿de dónde salió este enfermo? Todos queriendo exterminar el síntoma, todos queriendo matar al perro para terminar con la rabia, todos moralistas.
Es momento de parar y hacernos responsables. El cambio de paradigma está a la vuelta de la esquina.
Dejemos de repetir frases «clichés» o cambiémosles el sentido que les estamos dando. Decimos: “Más amor, por favor” o “Todo lo que necesitás es amor”. Necesitamos recordar el verdadero Amor, ese Amor que es tan grande y que por eso no está en oposición al odio. El Amor que no se exige, el Amor que se vive, se respira, se da y que no tiene trazo alguno de moral.
En lo micro, ya nos dimos cuenta de que los síntomas físicos y psicológicos no son casuales, que llegan a nosotros para que sanemos. Y que un medicamento solo es una ayuda fugaz.
En lo macro, pronto comprenderemos que somos un gran cuerpo. Y que lo que llamamos justicia, que es igual a venganza disfrazada, no genera una verdadera solución.
Como humanidad podemos elegir vivir a través del Amor, o podemos quedarnos ahí, adictos a nuestras razones para el miedo.
Ignacio Asención