Por Andrea Vallejos Campos.- Los había visto muchas veces desde lejos, admiraba su belleza, gallardía, prestancia y hasta cierto punto arrogancia. Esa mezcla de delicadeza y fuerza que veía en cada contracción y relajación que dibujaba cada uno de los músculos de su cuerpo, al compás de sus movimientos.
Los había tocado muchas veces, pero nunca con conciencia, escuchando y viendo con el corazón, de su sola presencia emanaba una grandeza intimidante. Al mirar sus ojos negros, sintió como si le tocaran el alma, su mirada era profunda e infinita llena de humildad, temor y entrega, él bajó su cabeza en señal de respeto y lo que ella sintió no lo pudo describir en palabras porque simplemente no existían.
Cerró los ojos y sintió una leve brisa, fresca, suave, a penas perceptible. Se acercó para tocarlo, sintió sus delicado y suave pelaje, una piel cálida, húmeda y vibrante como la electricidad, su corazón se aceleró, sintió como si se ensanchara ya no pudiendo contener más sangre dentro de él, luego su corazón se fue tranquilizando al ritmo de la respiración pausada de él, su mano subía y bajaba al compás del tórax de su compañero, al punto que tuvo la sensación que su corazón había dejado de latir, pero sólo se había apaciguado y latía lenta pero rítmicamente, sintió paz, tranquilidad, quietud, gratitud, como si el tiempo se hubiera detenido. No hay palabras, porque no se necesitan para sentir, pero si tuviera que resumir en palabras esa sensación física podría ser «algo calentito en el corazón «.
Nunca lo había montado, pero percibía el cambio que generaba aquel ser en los pacientes, haciendolos sonreir. Cuando tuvo la bendición de montarlo, sintió como si en cada paso que daba él, con sólo su presencia iba ordenando cada parte de su cuerpo, sus caderas subían y bajaban rítmicamente acomodando lentamente su articulación, cada vértebra de su columna se fue ordenando, como si una hebra invisible la jalara hacia el cielo, cada músculo de sus piernas, abdomen y espalda ejercían una presión y contracción adecuada, trabajando como una unidad, sintió como si la hubieran conectado con el todo, su mente sin darse cuenta estaba en el presente porque simplemente dejó de pensar, sintió una mezcla de vibraciones y colores sin nombre en este plano, percibidas en cada una de sus células, eso sólo podía ser una cosa…eso sólo podía ser amor.
Pues él sin siquiera hablarle, con sólo su presencia, la hizo sentir la frase más sanadora que puede escuchar el ser humano, aquella que es capaz de transformar y cambiarlo todo, simplemente un “te amo”, pronunciada con gran potencia desde su gran cuerpo y sin esperar nada a cambio, pues le hizo recordar lo que era ella, lo que era él, lo que realmente somos, sólo energía que vibra radiante y luminosa.
Aún siendo de especies diferentes, aquel espíritu libre a veces temeroso, a veces caprichoso, avasallante, fuerte, pero siempre noble, había aceptado humildemente ser montado y prestar su servicio, su compañía sanadora a quién lo necesitara. Al bajarse lo acarició agradeciendo desde lo profundo de su alma, por esa lección de humildad, respeto, sanación, sabiduría y servicio sin interés.
Porque hay cosas que solo son y no pueden ser explicadas, porque sólo se sienten cuando son verdaderas.