Por Damián Daga.- ¿Cuántas veces habremos oído la frase: “Dios escribe recto sobre renglones torcidos”? Ciertamente, cada día comprendemos mejor esta expresión. Nada es casual, todo sigue un orden en el Universo. Los descubrimientos científicos lo corroboran constantemente: la evolución de las galaxias, las sincronías de los planetas, la relación de la luna con las mareas, los números que se repiten constantemente en la naturaleza (la sagrada proporción), el movimiento de los átomos… –“Como es abajo, es arriba”– todo nos indica que hay un mecanismo universal perfecto que se ocupa de las más grandes estrellas y de los más pequeños elementos subatómicos. Y todo lo que está ordenado con tanta precisión, sigue unas reglas y, por tanto, tiene un idioma. Todo ello está guiado por una inteligencia suprema, más allá del tiempo y el espacio.
Al igual que un sistema informático tiene una serie de idiomas –uno para dar órdenes a la máquina, otro para crear programas y sistemas operativos y otro para interactuar con el usuario–, toda la existencia tiene que tener su propio idioma: un idioma divino, universal, un idioma que se manifiesta en el hombre a través de la creatividad, la intuición, la percepción clara de ciertas realidades, las respuestas a interrogantes… ese idioma que nos llega en el silencio, en el recogimiento, en el éxtasis, en la inspiración durante la creación artística, durante la meditación, cuando se altera conscientemente la realidad a través del uso de poderes superiores (magia, milagros, éxtasis religioso, iluminación tras la meditación…).
Ese idioma se ha buscado desde tiempos inmemoriales, a través del estudio de la astrología y su relación con la vida, a través de las señales de la naturaleza (i-ching, runas, mancias…), a través de la magia (donde el poder se asocia a palabras y acciones ritualizadas), del yoga (mantas, yantras, mudras…), de la alquimia y, por supuesto, de la cábala. También a través de la música y las matemáticas –Escuela Pitagórica–.
No está lejos el tiempo en que seamos capaces de transcribir ese lenguaje universal y llegar a comprender plenamente todos los secretos que aún se nos guardan. Tal vez, a través de la física cuántica. Hay quien dice que eso ya se produjo y se guardó celosamente en los grandes tesoros de las civilizaciones antiguas: los grandes monumentos egipcios, los tesoros del Templo de Salomón (especialmente, el Espejo de Salomón), la Biblioteca de Alejandría…
Todo es energía. La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Ahí está la esencia: ¿cómo se manifiesta la energía, cómo se controla la energía? Y es claramente visible que hay una inteligencia que dirige tan magna obra… Esa fuente –nuestro verdadero Santo Grial– se encuentra dentro de cada uno de nosotros, busquemos dentro, profundicemos, más allá de los pensamientos, más allá de las emociones, en el puro silencio, en la pura quietud, allí encontraremos la plena comprensión, donde no hay palabras, ni etiquetas, sólo una clara certeza y aceptación de todo lo que es.