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El invitado y las apariencias

parabola-invitado-apariencias-ramiro-calle-mindaliaPor Ramiro Calle.- Eran muchas personas las que lo tenían en gran estima y lo consideraban por tener un temperamento sereno y compasivo. Una familia muy rica había oído hablar de él y quería conocerlo y, además, lucirlo ante un buen número de comensales. Le invitaron a comer. El hombre llegó modestamente vestido y enseguida se dio cuenta de que los presentes evitaban saludarlo o de que incluso los criados le servían con reticencia y desgana.

De repente, el hombre abandonó unos minutos la casa de los anfitriones y después regresó a la misma ataviado con una cara y elegante túnica. Los dueños y los invitados de la casa lo saludaron muy efusivamente y los criados comenzaron a atenderle con el mayor esmero. Llegó el momento de pasar al comedir para celebrar la suculenta comida. Le indicaron al hombre qué asiento le correspondía, que era uno de los más destacados. El hombre se despojó de la llamativa túnica y, descaradamente, la arrojó sobre la silla que habían dispuesto para él.

– ¿Por qué hace esto?- le preguntaron los presentes estupefactos.

El hombre repuso:

– Ha sido la túnica y no yo la que ha merecido y recibido vuestro respeto y consideración. Que se quede la túnica a comer con vosotros.

Y, sosegado y sonriente, abandonó la casa para no volver jamás.

REFLEXIÓN:

Somos lo que somos, no lo que parece que somos o aquellos que queremos aparentar o la forma en la que los demás nos ven o se empeñan en vernos. Una cosa es la esencia y otra la personalidad, una el ser y otra la apariencia. Muchas personas – así son de superficiales y triviales, además de obtusas- no ven más que lo aparente y se dejan aturdir e incluso embelesar por ello, en lugar de entrar en lo profundo y desarrollar la visión clara de lo que es. Mirando lo aparente, uno se deja turbar por la ofuscación; viendo en lo profundo, uno conecta con la realidad subyacente. Vivimos en una sociedad donde solo se pone el acento en los superficial y se ignora lo esencial. Es una sociedad donde se rinde culto a la apariencia y se da la espalda a la esencia, donde muchos tienden a alardear y envanecerse; una sociedad narcisista y en la que el buscador espiritual tiene que afinar el discernimiento para combatir la imágen y la autoimagen y poder convertirse en uno mismo, más allá de viejos patrones, clichés socioculturales o pautas convencionales.

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