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El lenguaje de la mirada

Por José Antonio Cordero.- La variedad de mirada es tan grande como las múltiples intenciones de la expresión. Se puede mirar con alegría, odio, pena, sufrimiento, dolor, sorpresa, pánico, indiferencia, felicidad, amor, ira, estar fuera de sitio, desequilibrio, inquietud. Tantas formas diferentes como situaciones diferentes se presenten.

Las miradas se pueden imitar, y hay buenos imitadores en todas partes, los niños imitan a sus padres, los jóvenes imitan a quienes destacan en su pandilla. Los actores son magníficos imitadores, en las clases de teatro se pueden aprender las diversas formas de miradas. Entrenando mucho se pueden conseguir resultados, pero esos resultados duran un tiempo, tanto como el telón aguante arriba, esto quiere decir que depende de cuánto aguante la mirada teatrera del actor y de cuánto tiempo aguante el espectador o expectante.

Algunas veces sorprenden algunas respuestas como: ¿Por qué me miras de esa forma? Y el que mira puede quedar sorprendido porque se ha malentendido su mirada. Así pues, en el lenguaje de la mirada intervienen el que mira y el mirado, el actor y el espectador. Se puede mirar de una forma y entenderse de otra bien diferente.  Las dudas o desconfianzas que tenga el mirado sobre el que mira influyen sobre el resultado de la mirada. El resultado cambiará tanto como la  situación emocional de cada uno.

El lenguaje de la mirada no necesita después muchas palabras, incluso puede que no necesite ninguna aclaración posterior. Todo se puede entender a través del lenguaje de la mirada, como todo se puede malinterpretar

Para obtener un máximo entendimiento a través del lenguaje de la mirada se necesita una máxima relación entre ambos.

Si la mirada es teatrera o manipulada para conseguir un propósito, la aceptación puede llegar y conseguir momentos de placer o alegría, ahora bien, el calado que tenga una mirada no se consigue con la manipulación sino con la mirada sincera, auténtica. Jugar con los ojos, con ojitos que hacen esto o lo otro es un arte muy antiguo, pero uno se cansa de lo irreal porque no llena el corazón.

El lenguaje auténtico de la mirada no es un gesto físico, no interviene en nada el posicionamiento de la mirada. Lo real, lo auténtico es puro y eso quiere decir que ya está hecho, no hay que manipular la mirada para conseguir el propósito deseado. Tal como el amor, que no es algo físico, es algo que se pueda hacer. El amor no se hace, ya está hecho y si no existe no se puede hacer físicamente. La mirada, sea del tipo que sea, no hay que hacerla, es el fiel reflejo de aquello que se siente dentro o de las emociones sufridas que bombardean la mente.

Cuando la pureza de la mirada es alta el resultado de la comunicación es grande cuando el mirado observa con el corazón y no con la mente o con el intelecto que pretende siempre analizar el tipo de mirada. El intelecto es incapaz de sacar un contenido amplio en la mirada, en todo caso el intelecto puede aprender a distinguir entre la mirada alegre y la triste, pero no es capaz de discernir entre la mirada del deseo de la mirada del amor. Pretender comprender los tipos de miradas a través de clases pueden conseguirse muchas cosas pero difícilmente se conseguirán averiguar el contenido profundo de la mirada, porque el lenguaje de la mirada es muy diferente al lenguaje de la palabra.

Dicen que las palabras se las puede llevar el viento, pero esto no pasará nunca con el auténtico lenguaje de la mirada que traspasa cualquier obstáculo y permanecerá para siempre. El lenguaje de los amados, sin diferencias de géneros, permanecerá eternamente y cuando las miradas se vuelvan a cruzar pasados siglos volverán a reconocerse. Ese reconocimiento es incapaz de detectarlo el intelecto, solamente el corazón puede reconocer ese lenguaje.

Son muchas las cosas que podemos aprender a través de clases, de libros, o de otros, pero el lenguaje de la mirada es imposible aprenderlo de esas formas, solamente mediante uno mismo. El lenguaje de la mirada es el lenguaje de la naturalidad, de la simplicidad y de la inocencia. Para conseguir, naturalidad, simplicidad e inocencia hay que saber experimentar lo niveles profundos de la mente, por ejemplo, mediante la más natural forma de trascender a través de la Meditación Trascendental la mente se baña en ese océano maravilloso y amplio de la eternidad y de sus valores profundos como son el amor, la felicidad, inteligencia, comprensión, creatividad e intelecto refinado.

Del manantial de agua dulce sale dulzura, del manantial amargo o envenenado sale lo que no queremos saborear. Por tanto para aprender el lenguaje de la mirada no hay que pretender ser o aspirar a ser, sino SER, ser natural, profundo e inocente. Aquello que salga de allí aparecerá con un lenguaje simple e inocente.

Una corta mirada da un largo entendimiento.

Aprender a SER la realidad que somos internamente es la vía para comunicarse a la perfección a través de la mirada. No habrá palabras o texto para grabar, la mirada cala desde el océano silencioso, cálido y amoroso del corazón expandido. Es una lástima que la mirada del que ama sea repelida por el amado. Esto pasa cuando el amado no se ha amado a sí mismo, que no ha descubierto dónde está el amor, ese amor que no se cuece en lo físico sino en la esencia del corazón sin cuerpo, sin válvulas.

Hay que destacar algo muy importante y es qué quiere decir “amarse a sí mismo”. Hay una respuesta sencilla: el amor es una fuente inagotable, si fuese el agua, el agua no necesita moverse para mojarse a sí misma, esto quiere decir que allí donde hay agua hay humedad. El agua hay que encontrarla para sentir su humedad, tal como hay que encontrar el amor para serlo. No se puede mojar nada con una cabezota piedra seca.  Hay que encontrar la fuente y todo se bañará. Amarse a sí mismo es estar repleto de amor, la fuente que brota de forma natural, sin pretensiones, manipulación o esfuerzo, pero que llena todo lo que somos y todo cuanto hacemos.

El lenguaje de la Mirada llegará tan lejos como profundos seamos. Qué mayor fortuna nos da la vida cuando los amados se encuentra después, una y otra vez, y tantas veces como quieran, en el largo corredor del tiempo. En los reencuentros el dolor de la separación se colma de regocijo, de intensa felicidad.

En tal profundo Lenguaje encontramos respuestas a los grandes enigmas de la creación.  Lo mejor de la vida, lo más puro, no viene a través de la palabra sino antes de que la palabra comience a vibrar.

Vivir siempre será el mejor regalo, y más será para quienes sepan encontrarse a sí mismo.

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