Por Ramiro Calle.- Hace ya un buen número de años y para titular una de mis obras sobre el tema, acuñé la expresión «el punto de quietud». Lo considero un «lugar» en el ser humano que se caracteriza por su calma inalterable, su plena quietud y su silencio perfecto, resultando a la vez personal y transpersonal, ya que cuando se experimenta uno se sitúa más allá de las redes del ego y tiene una experiencia pura y desnuda de ser sin autorreferencias ni extraviado en la noción de «esto» o «aquello». Bien es cierto que todo lo que uno pueda decir sobre este «punto de quietud» son meras aproximaciones, porque lo importante y transformativo es experimentarlo. Es una energía de completud, claridad, bienestar y armonía, donde cesan los pensamientos ordinarios y uno se establece en la raíz de la mente.
Por fugaz que haya sido, todo ser humano ha tenido esporádicamente vislumbres de ese espacio de inmensa y reconfortante quietud y donde, al decir de los sabios de la India, eclosiona la inteligencia primordial, que es la que realmente nos permite comprender y resulta transformativa. Desde ese «punto de quietud» se modifica la percepción, se ensancha la consciencia y se hace posible el encuentro con uno mismo más allá de las ideaciones y patrones. Asimismo se van «quemando» muchas latencias subconscientes que mantienen a la persona perturbada y se va cambiando la actitud ante la vida cotidiana.
Más allá de la mente de superficie y el núcleo de confusión y caos que hay en la psiquis (y por tanto de sufrimiento), se halla ese espacio límpido y transpersonal que constela la energía cósmica y «algo» se modifica en nosotros cada vez que accedemos a ese «punto de quietud» que nos reorganiza y renueva. Ese «punto de quietud»podría ser el de confluencia entre lo personal y lo transpersonal, como un ojo de buey hacia lo Otro, como un ventanal hacia lo Incondicionado.
Todas las técnicas del yoga, incluidas las del verdadero hatha-yoga, y de la meditación, así como otras prácticas psicomentales o tecnologías espirituales, tratan de abrirnos el portón hacia ese «punto de quietud» donde se comprende más allá de las palabras y de los conceptos y donde surge la certeza de ser en libertad. Desde muy antaño, determinados seres humanos con inquietudes místicas, se han abocado a la búsqueda y encuentro de este «punto de quietud» para resolver interrogantes a los que el simple intelecto no halla respuestas y para poder degustar el inconfundible sabor de lo Pleno.
Simbólicamente hablando, o quizá no tan solo simbólicamente, es como si hubiera en el cerebro humano un punto de conexión con lo Sublime y que puede establecerse en determinadas condiciones. Cuando se produce esa conexión, aunque sea por milésimas de segundo, la vida adquiere otro sentido y así otro significado y así otro propósito.
Ramiro Calle
Siempre tan interesante lo que propone Ramiro Calle, gracias Mindalia.