Por Ramiro Calle.- Si verdaderamente amáramos, ya estaríamos realizados o en vías de realización. El niño no ama; se deja amar. La mayoría seguimos siendo niños, pidiendo, exigiendo, ansiando consideración y atención, apuntalando el ego sin cesar, reprochando, pidiendo reciprocidad. Enquistados en nuestro ego infantil, no crecemos, nos detenemos en nuestro proceso de madurez, nos neurotizamos. El amor es signo de salud mental; la salud mental verdadera desencadena amor genuino y compasión. Esta sociedad no ama y por eso es una sociedad enferma. En la competición es difícil que haya amor. Hay neurosis, estrés, ansiedad y frustración. Si supiéramos amar, acabarían muchos de nuestros miedos, tensiones, suspicacias, autodefensas, autoimportancia, neuróticos reforzamientos psíquicos, angustia y sentimientos de soledad. Pero, ciertamente, no sabemos pensar y, menos aún, sabemos amar. Mi admirado maestro Narada Thera me dijo: “De la verdadera inteligencia deriva el amor”. Pero estamos muy distantes de la verdadera inteligencia y aún más lejos del amor. Es la gran potencia transformadora, y si comprendiéramos que NO HAY OTRA COSA QUE EL AMOR, daríamos ya un salto de gigantes en la evolución consciente y la madurez interior.
La sabiduría de la mente debe ir acompañada de la sabiduría del corazón. El conocimiento no entraña compasión. El conocimiento es acumulación de datos, información, saber intelectivo, pero no desemboca en la comprensión clara que desarrolla una actitud compasiva. Compasión es padecer con…, compartir el mismo espacio de tribulación de otra craitura, cooperar incondicionalmente. El conocimiento ordinario es prestado, transferible, útil para la vida cotidiana, pero no liberador. La sabiduría auténtica, que representa la visión clara desde la inteligencia pura e incontaminada, germina en amor consciente y compasivo. De la verdadera inteligencia, sí, proviene la genuina compasión.
El amor consciente es el sendero supremo. Y haciendo un juego de palabras, a-mor quiere decir «sin muerte», porque el que ama nunca muere. Y el yoga más sublime es el del amor consciente e incondicional, donde hasta una brizna de hierba es sagrada.
Ramiro Calle