Por Ramiro Calle.- El yoga nos insiste en la necesidad de estar atento a la mente, la palabra y las obras. Igual que no puede recuperarse la flecha disparada, no puede recuperarse la palabra dicha o escrita, y nos hace sus cautivos.
Hay mala gente que utiliza la lengua como un estilete para difamar, calumniar, crear discordia. Hay buena gente que utiliza la palabra para concordiar, aproximar a los seres humanos, crear una buena atmósfera y amables sentimientos. Pero en cualquier caso el que se sirve de las palabras ordinarias, las descalificacioens gratuitas y la bajeza moral al exresarse, ya pierde la fuerza de cualquier argumento.
Lo que sale por la boca es el resultado de lo que hay en la mente y no olvidemos que podemos hacer de nuestra mente un estercolero o un vergel. Cuando las palabras están tintadas y condicionadas por la ofuscación o el odio, reflejan lo que hay en la mente de quien así habla.
El yoga nos enseña a ser dueño de nuestros pensamientos y de nuestras palabras. Si las palabras están inspiradas por la ofuscación o el odio no tienen el menor crédito. Ya lo dijo Buda: «En la lengua del hombre hay una cuchilla con la que los necios se hieren cuando profieren palabras malignas».
Necesitamos palabras constructivas y concordiantes que sean como pétalos de flor que lanzamos en todas las direcciones; pero los que en su corazón albergan malenvolencia, no pueden evitar la necedad de proferir palabras malignas. Entre los que así proceden, vivamos felices sin odio, como reza el Dhammapada o sigamos la actitud de Buda, que decía: «Los demás me insultan, pero como yo no recojo el insulto, ellos se quedan con el mismo».
La persona bondadosa tiene una lengua cortés y amable. Asociémosnos con ese tipo de personas, porque son como un perfume revitalizante e inspirador, mientras que dejemos que los chacales sigan aullando sin conseguir que las estrellas se caigan del cierlo.
Ramiro Calle