Por César Álvaro.- Emocionarse es posiblemente el más bonito síntoma de que nos encontramos vivos. Nos permite saber que aquello que ocurre en nuestro interior o a nuestro alrededor nos hace especialmente vulnerables y toca nuestra esencia de una u otra forma.
La emoción es el gran nexo de unión entre este mundo tremendamente material o físico que nos ha tocado vivir y nuestra más profunda área espiritual.
Los seres humanos somos dicotomía pura. Necesitamos por un lado de ese cerebro racional que nos permita sobrevivir en la vorágine del día a día, pero también necesitamos de ese regulador de energía llamado emoción. Es capaz de hacer que ante un mismo acontecimiento sintamos un miedo aterrador o se nos dispare la adrenalina sintiéndonos vivos de verdad.
Las emociones son nuestra conexión más intima con nuestra esencia, con nuestro ADN espiritual. Creemos que nuestros pensamientos son importantes pero solo lo son si pasan antes por el filtro de la emoción. Nuestro cerebro necesita emocionarse para aprender, para crear. Asimismo y a través de canalizadores de emociones como la música, se alimenta de estas para desarrollarse, para crecer.
Quizás el gran problema que tenemos en esta maravillosa vida que nos ha tocado vivir, es que dejamos de ser niños demasiado pronto. No permitimos que la maravillosa energía vital que generan las emociones sigan gobernando nuestra vida y estas son las que realmente tienen el poder de atraer y crear las experiencias de nuestra vida.
Si tenemos un desequilibrio emocional tendremos que buscar en el baúl emocional de nuestra niñez donde se generaron estas. De esta forma podremos despojarnos de ese pesado caparazón que los años van tejiendo sobre nosotros y que no permiten que las emociones salgan a la luz.
Las emociones son en si mismas vibraciones de uno u otro tipo que nos conectan con el Universo y crean esa experiencia llamada vida.
Hay vibraciones o emociones altas, como la gratitud, la pasión, el amor, la felicidad o la alegría. Otras intermedias como el entusiasmo, la ilusión y el optimismo. Entre las bajas tenemos el pesimismo o desanimo, el aburrimiento, la insatisfacción, el agobio, o la impaciencia. Y por último están las llamadas vibraciones densas o intensas también integradas dentro de las emociones bajas, como la ira, el miedo, la desesperación, la impotencia, la venganza, vergüenza o decepción.
«Sin la emoción, el hombre ni siquiera podría soñar o hacer las cosas que sueña», Charles Sherrington
Tenemos que aprender a construir hábitos que nos permitan incrementar nuestra inteligencia emocional para transitar mejor por la vida que nos ha tocado vivir en este mundo. Se trata simplemente de que nuestro cerebro gestione mejor las emociones que en ocasiones nos perjudican, y que aprendamos a saber que cada una de ellas son necesarias y tienen un fin para nuestra vida.
Emocionarse refleja la capacidad de sentir, de amar, de sufrir, de disfrutar… Emocionarse y gritar, emocionarse y llorar, emocionarse y abrazar… es estar vivos.
No lo olvides. Sentir es vivir, sean alegrías, tristezas, dolor o placer, lloro o risa. Cuanto más llenemos el vaso de nuestras emociones, más llena estará nuestra alma. No dejes nunca de emocionarte.
César Álvaro
Si, últimamente me emociono mucho… quizás este vivo, más de lo que pensaba. Un articulo muy interesante.
¡Quiero emocionarme! Me ha encantado este maravilloso artículo lleno de belleza y sabiduría… gracias por hacer que reflexione sobre lo que está haciendo mi vida.