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En busca de la flor de siete colores

Por María Isabel Valverde Bisso.- Dedicado a todos aquellos que alguna vez se olvidaron de sí mismos.

Para los que tienen más de 35 años, quizás el título del artículo ya les diga algo. De todos modos, lo explicaré más adelante, pues desde luego, tiene mucho que ver con lo que hoy quiero compartir.

Durante muchos años viví en un profundo descontento conmigo misma, renegando de mi propia forma de ser y con cero compasión por mí. Autoconocimiento, comprensión y aceptación mucho menos, y mi autoestima, por los suelos.

No es difícil suponer entonces lo infeliz que me sentía y lo mucho que quería “encontrar” lo que me hiciera feliz, conocer dónde se encontraba la felicidad o peor aún, en qué consistía el ser feliz, cómo se sentía, pues no lo sabía. Muchos años antes de siquiera comenzar a hacerme estas preguntas, estaba totalmente adormecida. Me había acostumbrado a un malestar, sobretodo emocional, que para mí era ya casi imperceptible, hasta que un proceso de coaching reabrió la herida. Ese fue el momento en el que me di cuenta de que no me conocía en lo absoluto.

Tres años después de esto, comencé a hacerme nuevamente estas preguntas. En todo mi proceso había visto información importante, pero pequé de inconstante. No estaba acostumbrada  a verme a mí misma, era duro. Sin embargo, me sentía mucho mejor que antes. Llevaba dos años y medio sin pareja y luego de cinco relaciones fallidas, por fin comenzaba a sentir que podía tener una relación que perdurara y, grave error, que me “hiciera” feliz.

Hoy puedo ver que no había entendido nada, nada de lo que es la verdadera felicidad y no me di cuenta hasta ahora, nueve meses después de terminada esa última relación de dos años y medio.

Hoy, escribí una carta de agradecimiento a esta última persona luego de un trabajo de nueve meses en mi resentimiento. Me di cuenta y plasmé en ese papel todo lo que había avanzado.

Hoy, ya no estoy triste por lo que pasó, solo a veces siento algo de nostalgia, que es diferente a pena o tristeza, por los tiempos pasados y me permito sentirla como ser humano. Sin embargo, hoy siento también  una enorme alegría porque las cosas hayan pasado como lo hicieron. De no ser así, no hubiera quizás visto todo lo visto, creado todo lo creado y logrado todo lo logrado y entendí que ESO ES FELICIDAD PARA MÍ.

Hoy me doy cuenta que el motivo de mi aburrimiento él o sin él, era porque estaba paralizada, sin movimiento, como un árbol con el que alguna vez me compararon, viva, pero incapaz de moverme de un mismo sitio. Aun así, la comparación no es exacta. El árbol vive, yo en cambio, estaba muerta en vida.

Creo que eso es lo que más me dolió, me olvidé de mí otra vez. Hace poco escuché que cuando una relación de pareja se acaba, no sufrimos por la persona que se fue o que supuestamente perdimos, sino porque al final, nos damos cuenta de que en ese camino, lo único que perdimos fue a nosotros mismos. Hoy, eso tiene total sentido para mí. Lloré de impotencia porque, a pesar de “TODO LO QUE HICE”, esa persona no se quedó conmigo. “TODO LO QUE HICE”, incluso, olvidarme de mí y ponerlo primero a él.

Hoy, agradezco por primera vez, sin un ápice de odio ni resentimiento, que todo haya pasado como pasó, que me hayan dejado otra vez. Y sí, puedo afirmar algo que nunca pensé: si regresara atrás y estuviera en la misma situación, volvería a pedir que esa persona me deje de nuevo porque ahora entiendo que eso fue exactamente lo que necesitaba.

Agradezco todo lo que me gustó y lo que no me gustó de esa relación porque todo ello no solo me sirvió de espejo, sino que, tanto lo “bueno” y lo “malo”, sacaron “lo mejor” y “lo peor” de mí. Y así es María Isabel, no es perfecta, nunca lo ha sido y nunca lo será. Pero no es mala y quitarme esa etiqueta es una liberación inmensa para mi alma y entendí que ESO ES FELICIDAD PARA MÍ.

Hoy, siento que cada vez estoy más cerca de encontrarme con la felicidad porque estoy en camino de encontrarme conmigo misma. Mentiría si dijera que ya me encontré. Y aquí viene a colación el tema que explica el título de este artículo. Justo hoy, un amigo que me hizo recordar una serie para niños que solía ver en mi infancia. En ella, una chica salió a buscar una flor muy especial conocida como la flor de siete colores. En el último capítulo, luego de recorrer todo el mundo, la muchacha encuentra la tan buscada flor en el propio jardín de su casa.

Así creo que será mi encuentro con la felicidad, la encontraré finalmente donde siempre he escuchado que está, pero al igual que en la serie, quizás el camino que estoy recorriendo es el necesario para finalmente regresar a casa y tener la capacidad de reconocer que siempre estuvo ahí.

Solo el universo sabe qué necesitaré más adelante para seguir aprendiendo. Hoy, dejo todo en sus manos y que se haga según su voluntad.

Que así sea.

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