Por Ivonne Hernández.- ¿Qué quieres? Preguntó el gran maestro la vida al discípulo. El joven valiente detuvo sus palabras antes de contestar, pues ya antes le había jugado varias trastadas. Parecía una broma de mal gusto cuando las cosas no salían bien, y en respuesta la vida le contestaba, «es lo que pediste». Cada vez que pedía algo, si sus palabras no estaban alineadas con su sentir, el resultado era el contrario. Y ante cualquier reclamo, la vida refutaba, «no lo deseabas con intensidad».
Ahora estaba listo, había recorrido un gran camino, el camino de la decisión. Ahora sería diferente, sus peticiones no eran caprichos de niño, sabía perfectamente lo que quería, lo que anhelaba su corazón. Estaba decidido a no recibir un NO por respuesta, ya había estudiado las trampas del fracaso, que como un bromista de humor negro le metía una zancadilla. Decidido a lograr su sueño, llegó a acuerdos consigo mismo, se hizo una firme promesa, que nunca, pese a lo que sucediera, iba a dar marcha atrás en su sueño. Y por más zancadillas que le metiera la vida en su broma absurda, él seguiría de pie, continuaría. Pero estaba frente a la gran sabiduría que tenía la vida, o luchaba con ella, o la usaba a su favor.
¿Qué quieres? Volvió a preguntar la vida. En ese momento, el joven cerró sus ojos, y dejó que fuera su alma la que le dictara las palabras. Un calor muy grande empezó a sentir en su pecho. Los latidos de su corazón se empezaron a acelerar, su cuerpo se empezó a llenar de fuerza, sus pies se plantaron firmes en la tierra. Su espalda se enderezó y su coronilla creció. Su mirada era firme, y sin titubeo. Su petición fue hecha a la vida con gran determinación, con ese deseo ardiente que le dictaba su corazón. Ante tal poder de decisión, la vida complacida dijo SÍ, hecho está, y a partir de ese día, todo el universo confabuló a su favor.