Montserrat González.- Me incomodan las paradojas, esos contrasentidos en los que los humanos suelen enredarse sin motivo ni razón. Me incomodan porque hacen que yo misma me enrede en ellos, intentando buscar una explicación, un por qué, pero sobre todo, un para qué.
Cuando estos contrasentidos, o como los llama mi madre, chocolajamones, son inofensivos, procuro pasar de puntillas a su lado, bien despacito, pasito a paso sin siquiera mover el aire que los rodea, para no despertar a la araña tejedora y enredarme en su red de redes, porque también sería un contrasentido que, no gustándome, me deje atrapar por sus hilos.
Mas cuando un chocolajamón adquiere proporciones épicas, dignas de un cantar de gesta, o al menos de coplilla de pueblo andaluz; cuando el chocolajamón se convierte en bombones rellenos de chorizo o en vez de mojar churros se pasa a mojar salchichas… entonces, en lugar de pasar de soslayo -amparada en ese silencio que se produce cuando hay mucho ruido- me coloco unos buenos tacones a lo reinona en carroza del orgullo gay, unos de esos tacones de diseño arquitectónico más altos que yo, y zapateo con todas mis fuerzas. Porque demasiado chocolajamón es tóxico.
Hoy me he plantado unas plataformas de lentejuelas y voy a subirme a un tablao flamenco a ejecutar un número de claqué. Para el cartel he decidido el título “Y así nos luce el pelo”. Creo que resume perfectamente este bombón de chorizo.
Y es que la mayoría de las personas, de los animales humanos, son buena gente. Se preocupan por los demás, se indignan con el sufrimiento ajeno, con las guerras, la miseria, el hambre, las persecuciones, el racismo… la mayoría de las personas humanas se comportan como animales, son compañeros miembros de una misma manada. ¿Y dónde está el contrasentido? En que lo hacen, pero sólo de palabra.
Si las palabras bastasen para cambiar este mundo, ya habríamos creado varios paraísos no sólo en la tierra: la luna y a estas alturas Marte serían perfectas civilizaciones de seres felices de todas las especies. No más hambre, no más dolor.
Pero las palabras no bastan, y sé que sabemos que es así. Sé que sabemos que para cambiar las cosas, aunque sea el canal de televisión, hay que realizar movimientos. Incluso con mando a distancia, es necesario apretar como mínimo un botón. ¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué pensamos como manada pero no nos comportamos como tal? Si la situación nos indigna, si nos hace sentir mal, y está en nuestras manos cambiarla, ¿por qué no lo hacemos? Ese es el envoltorio del bombón. Ya lo tenemos al descubierto…
Me diréis con razón que hay muchas personas que se vuelcan en ayudar a otros seres vivos, que se dejan la piel. Su piel, y la piel de quien se ponga por delante. Y esa es la cobertura de chocolate del bombón. Si defendemos la vida, si defendemos un mundo en el que cohabitar en paz, ¿cómo licitamos agredir a un ser para defender a otro? ¿No estamos acaso cayendo entonces en la misma violencia, pero perpetrada en nombre de otra causa (o más bien de otra excusa)?
Tal vez por las enormes plataformas con las que me he subido al escenario, que, quieras que no, me han dado una excelente perspectiva mucho más allá de mi pequeñez, o tal vez por convivir tanto tiempo con la naturaleza, mi visión del mundo se acerca cada vez más a esa magnífica metáfora mitológica en que el mundo que habitamos no es otra cosa que una balanza, una enorme báscula que sostiene una dama ciega.
A esta señora poco le importa lo que coloquemos en cada titánico plato. Tampoco le importa si los platos se hallan en caos o equilibrio. Se limita a sostener, y somos nosotros quienes colocamos en cada plato los ingredientes con los que queremos que trabaje el repostero. Nosotros decidimos si el relleno será trufa o morcilla de Burgos. Cada movimiento, ya sea de los pies, de los brazos y manos, o de las cuerdas vocales, añade especias a la receta.
Si deseamos que la violencia desaparezca, y estoy segura de que todos lo queremos; si deseamos que este mundo sea más justo y solidario, vivir en paz, sonreír, compartir; si deseamos otro mundo mejor, y creemos que ese mundo es posible, debemos estar atentos en cada momento a nuestras acciones, y no sumar más violencia a la violencia.
Porque cada vez que insultamos a alguien estamos sumando peso al plato de la infamia. Cada vez que lanzamos un objeto contra otro ser, estamos sumando guerra. Cada vez que no perdonamos, sumamos odio. Cada vez que nos quedamos impávidos, sumamos desconsuelo y abandono. Ese concepto tan etéreo y bonito del “libre albedrío” no significa otra cosa que nuestra absoluta responsabilidad sobre nuestras vidas, y sobre la Vida.
Si queremos equilibrar la balanza, sumemos trabajo en equipo, sumemos solidaridad, sumemos un kilo de comida, una carta a Bruselas, sumemos diálogo y cuando no se pueda dialogar, sumemos darnos la vuelta sin agredir. Sumemos sonrisas, saludos a desconocidos, sumemos dar de comer al hambriento ya sea persona, pájaro o perro callejero… sumemos arropar al que tiene frío, sumemos abrazar a quien tiene desconsuelo. Sumemos perdonar a quien aún no ha aprendido a sumar, sumemos sumas. Sumemos Conciencia.
A mí los bombones me gustan de cereza.
Os abrazo.