Por Ramiro Calle.- ¡Oh la compasión! La orquídea más hermosa de todas las orquídeas. Sin embargo, qué poco se aprecia en este mundo de egoísmo, codicia y agresividad. Mi buen amigo el yogui Baba Sibananda de Benarés nos dijo: «El amor es una flor que florece en muy pocos jardines». Fue mi último encuentro con él y estaban también conmigo Luisa y mi fraterno amigo el periodista Jesús Fonseca. Después murió con la misma dignidad que había vivido.
Cuando le visitaba en Benarés, me decía: «Ramiro, el único sentido de la vida es cooperar en la dicha de los demás. De otro modo, la vida pierde su sentido». Pero ¡cuánto nos cuesta realmente ser compasivos! No una compasión pasiva, inoperante, sino una compasión activa. Ya lo decía Jung, ni siquiera sabemos lo que es querer. Ser verdaderamente compasivos, dejar que el amor alumbre en el corazón, no es fácil. Pero si algo necesita este mundo, es compasión, la energía poderosa que pueda combatir el odio, la codicia, el desamor, la explotación y la denigración.
Mediante la compasión nos hacemos eco de las penas y tribulaciones ajenas y tambien de los tan cruelmente maltratados animales. Mi admirado amigo el monje budista Nyanaponika decía: «La compasión, que es la más sublime nobleza del corazón y de la inteligencia, que sabe, comprende y está lista para ayudar».
La compasión es la energía y el sentimiento que realmente nos humaniza y nos hace evolucionar. De la inteligencia primordial o entendimiento correcto nace la compasión, porque mediante la sabiduria de la mente desarrollamos la sabiduría del corazón y, entre ambas, nace la Sabiduría.
La meditación metta (de amabilidad amorosa) es un ejercicio muy hermoso y transformativo, porque nos permite irradiar benevolencia en todas las direcciones y hacia todas las criaturas. Lo que uno desea para sí mismo, lo desea para todos los seres sintientes; el sufrimiento que uno no quiere para sí mismo, no se lo infringe a ninguna criatura.
La meditación metta consiste en despertar sobre uno mismo buenos sentimientos e irlos irradiando hacia las personas queridas, menos queridas, indiferentes, las que nos despiertan antipatía o rechazo, los animales, el planeta y todo el cosmos, con el anhelo de que ojalá llegue el día en que todos los seres puedan ser felices y estar libres de sufrimiento. Con el amor que una madre experimenta por su hijo, debemos ser sensibles a los demás. En una de las entrevistas que le hice a Vicente Ferrer, me dijo: «Solo le pido a Dios tener un corazón de carne y sangre». Pero los hay que lo tienen de plomo y ellos se tornan al final su peor castigo. Y como dijera el tan controvertido Gurdjieff, ¿qué peor castigo puede haber?.
Ramiro Calle