Por Ramiro Calle.- “Los extremos son como trampas o emboscadas; permanece en el medio, pero ni siquiera al medio te aferres“. (Buda, el Despierto)
Los sabios del antiguo Oriente insistían en ello: los extremos son una trampa, una emboscada, el peor de los engaños. Da igual si es con respecto a cualquier tipo de actitud, ideología o comportamiento. Nacen de la ofuscación y originan una mentalidad dogmática y sectarista. Engendran más y más aferramiento a las propias convicciones, queriendo imponer las mismas a los demás; esclerotizan la visión e inducen al fanatismo. Da igual si se trata de extremismos políticos, religiosos, científicos o del tipo que sean.
Los extremos generan conflicto, enfrentamiento, animadversión y odio. Enturbian la visión y no permiten acciones lúcidas y cabales. Causan un ciego y peligroso aferramiento a los conceptos, las ideas, las opiniones, las creencias y las ideologías. En lugar de aproximar a los seres humanos, los distancian; en lugar de sembrar compasión, siembran odio; en lugar de unir, dividen. El extremismo es siempre, aunque no lo parezca en un momento dado, como una tarta con una daga envenenada dentro. Es irracional y arracional. Es un peligro siempre presente, es el peor de los virus, porque en miles de años no se ha encontrado una vacuna para combatirlo.
Le preguntaron a Buda cuál era el peor de los apegos y repuso: «El apego a las opiniones». Le cuestionaron a Krishnamurti sobre cuál era el más peligroso de los aferramientos y dijo: «El aferramiento a las ideologías». Un extremista puede llegar a matar por un miserable puñado de ideas, como si una idea valiese más que un ser humano. Desconfiando siempre de los extremos, Buda propuso el camino del medio: el de la visión clara, el entendimiento correcto, la lucidez y la compasión, la ecuanimidad y el discernimiento. Y nos previno: «Ni siquiera hay que apegarse al camino del medio».
Ni la libertad interior ni la exterior pueden florecer en los extremos, que son rigidez. Y la rigidez es muerte. Sólo florecen cuando hay flexibilidad. Y la flexibilidad es vida. Dios sea misericordioso para protegernos de los extremistas de cualquier tipo y de su mezquina intolerancia.
La visión lúcida y la ecuanimidad nos enseñan a desconfiar de los extremos y situarnos en un «centro» de gravedad que está en si mismo y que se inspira en la independencia mental, la madurez emocional y la inteligencia primordial. El ser humano no nació para ser esclavo de ideas, adoctrinamientos y viejos patrones fosilizados (fueren políticos, religiosos, culturales o de cualquier orden), como no nació para ser manipulado y aborregado por aquellos se arrogan el monopolio de la «verdad»… su tóxica «verdad» nutrida con el peor de los venenos: la mentira sin escrúpulos de ningún tipo.
Ramiro Calle