Por Guillermo A. Garcia.- Al morir nuestra existencia colapsa de manera brutal, la muerte es un desafío formidable que pesa sobre nuestros hombros desde el mismo momento de nuestro nacimiento. Es algo demasiado intrincado para nuestra mente racional, es inefable, en una materia tan desbordante como esta, la experiencia adquiere valor de evidencia, es el caso de las experiencias en el umbral de la muerte.
Las experiencias en el umbral de la muerte hacen evidente qué nos sucede al morir, las abreviaremos con la sigla EUM y son episodios de tener un encuentro lúcido e inconcluso con la parca y recordarlo, nos vienen acompañando desde que el mundo es mundo y en cada circunstancia fueron evaluadas con la cosmovisión del individuo que las vivió. En este punto quiero exhortar a quienes hayan vivido una EUM a compartirla con los demás, son eventos místicos profundos, por tanto evolutivos, que deben ser compartidos con nuestros semejantes. Muchas veces no son compartidos por no ser identificados cómo tales o bien por ser de naturaleza negativa, tan aterradoras que no se pueden evocar en calma, aproximadamente un quinto de las EUM son negativas o infernales, las iremos viendo en detalle en los próximos artículos donde analizaré casos concretos y sus consecuencias.
¿Qué experimenta alguien que comienza su viaje definitivo?, si bien cada muerte es única es posible esbozar una descripción esencial basada en infinidad de casos de EUM.
Al acercarse el tiempo final de nuestras vidas, el momento en que empezamos a ver si el pasaporte está a mano se hace evidente a través de algún signo premonitorio, podemos tener sueños que nos anticipen nuestra partida, suelen describirse relojes que se descomponen unos tras otros sin razón aparente, cierto hartazgo con lo cotidiano, pensamientos de angustia o de hacer el balance de nuestras vidas, etc.
Un vecino me dijo un día » no llego vivo a fin de año» y efectivamente murió en noviembre de ese año, el escritor Albert Camus poco antes de morir en un accidente en Villeblerin (Francia) había cambiado el tono de sus escritos y se lo notaba en retirada, como despidiéndose, aún cuando era todavía bastante joven, seguramente cada lector tendrá en su familia algún caso de estos signos premonitorios en que el mundo espiritual comienza a decir presente, avisándonos que es hora de ir haciendo las valijas.
Describir el proceso de apagado de nuestro cuerpo físico y el desprendimiento de nuestras consciencias es una historia apasionante, compleja y larga que merecerá ser tratada en un artículo AD HOC para los lectores de Mindalia, pero baste decir, por ahora, que nos comienzan a fallar los sentidos, primero la vista y por último el oído, nos envuelve la confusión y una sensación amarga comparada con la angustia de una mujer parturienta nos invade, es inevitable, la sensación de caer nos incomoda aún más.
Es una intermitencia entre lo confuso y lo lúcido, en algunos casos cierta paz y sensación de confianza en lo que está por venir nos inunda de emociones gratas, podemos incluso destornillarnos de risa, lo he visto, ante la presencia de nuestros guías espirituales ya visibles claramente.
En otros casos se perciben seres monstruosos que vienen a buscar la consciencia próxima a desencarnar, son casos de transiciones no felices.
Las imágenes de este mundo se funden con las del mundo espiritual, un breve instante de oscuridad y hemos fallecido, quedamos ahora y para siempre en contacto con el fruto de las decisiones que pusimos en acto en nuestra vida terrenal.
En el plano terrenal es en este momento cuando se nos declara civilmente muertos, pero el proceso lleva aún un tiempo más, en un tiempo indeterminado de algunos minutos a unas horas, aquel Yo físico que fuimos dejó de existir para siempre, nuestro espíritu deja irremediablemente el cuerpo terrenal y hemos fallecido, pero a la vez … seguimos existiendo … fallecer es sólo dejar atrás una estación en un viaje infinito de evolución, estación a la que si llegamos con los deberes bien hechos la disfrutaremos cómo a un amanecer en primavera.
Es importante hacer notar que al fin de nuestro viaje por el espacio tiempo experimentaremos una evaluación, quizá auto evaluación, basada en al menos dos cosas que vale la pena definir claramente, 1) En última instancia son las intenciones que tuvimos al obrar las que importan a la hora de morir y 2) No existe formas alguna de eludir las consecuencias de nuestras intenciones puestas en acto ni de ocultar las mismas.
Dejo, por ahora, a todos ir pensando su propio encuentro con la parca a la luz de las experiencias cercanas a la muerte que iremos analizando en detalle en los próximos artículos para Mindalia, y a esa luz evaluar su día a día.
Tengan por cierto que nuestras acciones resuenan en la eternidad y que cada día en el espacio tiempo construimos parte de nuestro más allá.
Que la LUZ y el AMOR eternos acompañen nuestra evolución y nos reciban en el amanecer definitivo más allá de nuestra vida terrenal.