Por Francisco Luis Cruz Delgado.- Cuántas cosas no son lo que parecen… Cuando somos generosos damos sin esperar nada a cambio. Eso es una actitud muy sana y es el principio que nos enseñó San Francisco de Asís, cuando decía que es dando como se recibe. Dar es la base para que podamos recibir, entre otras cosas porque si nos llenamos y no nos vaciamos, llegará un momento en que no quepa nada más. Así que debemos dar, soltar, para abrir un espacio nuevo a continuar recibiendo. Recibimos algo nuevo cuando nuestra mirada se enfoca a nuevos lugares, ya que si no es así, recibimos más de lo mismo.
Ahora bien, podemos tener un disfraz que nos haga creer que somos generosos cuando en realidad estamos atados o atadas a una memoria limitante. Podemos tener una generosidad sin límites y en cambio no recibir o bien recibir más demanda de generosidad, lo cual no es sano ni nos hace bien. Cuando damos y nunca es suficiente, cuando siempre nos exigen más y nos sentimos en obligación de seguir dando, nos sentimos siempre en deuda, lo que indica que hay un desequilibrio en nuestro dar y recibir.
Nadie tiene la culpa de eso, es la información que tenemos en nuestro campo energético, en nuestras células, fruto del pasado más o menos remoto y de las herencias recibidas que hemos hecho nuestras. Llega un momento en que debemos revertir el proceso. Seguir siendo generosos pero con límites. El secreto siempre está en los límites que nos ponemos, en poner la mirada en otro lugar.
Cuando todos nos piden, o nos exigen, nos sentimos abusados, incluso puede que nos sintamos culpables por no dar más, pero lo que se esconde en una capa menos visible es abuso. Y el abuso comienza por nosotros y nosotras. Sentimos que debemos dar más y más porque de alguna manera nos han enseñado que lo que decía San Francisco era eso, dar a quien fuera y por el motivo que fuera, sin tenernos en cuenta.
Pero cuando algo nos hace sentir mal es que no es bueno para nosotros. Ese es el filtro que requerimos poner, porque hay personas a las que no siempre se les puede dar lo que piden, a veces porque tienen sus experiencias que vivir, que no nos competen, y otras veces porque debemos poner en equilibrio el dar y recibir. Esos límites nos enseñan precisamente a recuperar parte de nuestro poder.
Vaciarnos de todas esas limitaciones hasta que puedas dar, los que reciben sientan gratitud aunque no te den las gracias, y te sientas bien por haberlo hecho. No es necesario que te reconozcan que hayas dado, simplemente que no te exijan dar más. Ahora sí das sin esperar nada a cambio porque cuando uno de estos aspectos falla la vida no fluye porque el flujo está descompensado.