Por Marcos Eiras.- Vivimos la mayor parte de nuestras vidas humanas atrapados en una ilusión a la que llamamos tiempo. Esta construcción mental se deriva de la actividad de la mente con la cual nos encontramos profundamente identificados.
Sosteniendo los recuerdos de experiencias pasadas y proyectando nuestros deseos o temores como posibles experiencias de nuestro falso yo en el provenir, creamos la ilusión del pasado y el futuro, ilusión que perpetuamos únicamente mediante el ejercicio de esta actividad mental, condenándonos a nosotros mismos a experimentarla como si fuese real.
La realidad es, por el contrario, lo que podríamos llamar un contínuo. No una línea de tiempo que va desde el pasado hacia el futuro pasando por el presente. Es un perpetuo ‘ahora’ intemporal, sin principio ni final.
Lo que llamamos el pasado, ya pasó. No hay nada que objetar a esta simple afirmación.
Lo que llamamos el presente, se está ‘moviendo’ indefectiblemente hacia ‘el pasado’.
Lo que llamamos el futuro, ya vendrá. De momento no es necesario lidiar con él. Puede que, algún día, se convierta en el presente. Y si esto sucede, se ‘moverá’ hacia el pasado también irremediablemente.
Podemos afirmar entonces, sin temor a equivocarnos, que todas nuestras experiencias son ‘el pasado’. A pesar de ello, nuestro verdadero ser, nosotros mismos, habitamos fuera del tiempo. Somos conscientes de su existencia de forma voluntaria, aunque en la mayoría de los casos de forma inconsciente.
Hagamos un pequeño ejercicio juntos para experimentarlo.
Siéntate con la espalda recta, de forma cómoda y respira profundamente.
Mientras paseas tus ojos por estas líneas reconoce que te encuentras en ese lugar del tiempo al que llamas “ahora”.
Intenta definir los límites de este “ahora”.
¿Cuándo comenzó?
¿Cuándo acabará?
Está claro que no es posible delimitarlo porque, en realidad, no tiene límites. Es siempre ahora. Vivimos en un perpetuo aquí y ahora.
El tiempo, según nuestra experiencia, no es lineal sino holográfico. Somos nosotros quienes, limitados a la forma física, escogemos experimentar sólo una rebanada del pastel holográfico, creando así la ilusión de linealidad.
Es sólo a través de la identificación con la mente y el sistema de pensamiento crítico que puedes decidir dar realidad a la ilusión del tiempo con la acumulación de recuerdos y la proyección de ilusiones hacia lo que llamas el futuro.
Si te mantienes presente y dejas de lado esta identificación innecesaria con esa parte de tu mente que se encarga del análisis del entorno, reconocerás una presencia infinita con la que formas una unidad. Esta presencia es la vida que se expresa a través de tí. Esta presencia eres tú en realidad. Existiendo por siempre, más allá del tiempo y del espacio, aquí y ahora, en la infinitud de la eternidad.
El concepto de espacio está, a su vez, también relacionado con el observador y el objeto de observación.
Mientras mantenemos una perspectiva de separación entre el objeto, lo observado, y el sujeto, el observador, podemos deducir que entre ellos existe una distancia mensurable a la que otorgarle propiedades creando así en nuestras mentes la ilusión del espacio.
Cambiemos por un momento nuestra perspectiva a un modelo integrador y unificado, donde el observador, el objeto de observación y la aparente separación entre ellos se funden en un único campo. Un campo unificado donde todo el proceso está siendo llevado a cabo. Imaginemos a continuación que nosotros somos ese campo unificado. un océano de posibilidades donde todo se está desarrollando.
Resulta entonces evidente que el concepto de espacio cambia completamente para nosotros, volviéndose prácticamente innecesario ya que todos los sucesos están teniendo lugar ‘en mí’.
Veámoslo a través de un ejemplo.
Sentados en nuestro cuarto oímos los ladridos de un perro en la distancia. ¿Pues bien, cuál es la distancia entre el perro y nosotros mismos?
La mayoría seguramente intentaremos calcularla en función de la intensidad del sonido o volumen de los ladridos, el viento o una serie de variables relativas al concepto de espacio al que estamos habituados al identificarnos a nosotros mismos con nuestro cuerpo.
Recordemos, sin embargo que, a pesar de estar teniendo una experiencia física a través de un cuerpo humano, nosotros no somos eso. Somos mucho m, como se describe en el capítulo “La pregunta fundamental”
Abordemos entonces la observación del suceso desde una perspectiva más amplia, donde nuestra consciencia es un todo con el entorno en el cual nos expresamos.
Comprendamos además que, para que podamos percibir el sonido existen a la vez el emisor, en este caso el perro, el receptor, los oídos de nuestro cuerpo físico, y la relación entre ambos, la vibración producida por las ondas sonoras, que se traducen en el receptor como el sonido que nuestra percepción identifica como los ladridos del perro.
Reconozcamos entonces que todo esto está, en realidad, teniendo lugar en el ámbito de nuestra mente, donde se incluyen todos los componentes del fenómeno.
Es posible reconocer así que la ilusión de la distancia se deriva de nuestra identificación con el emisor y no de un hecho formal.
Es, a fin de cuentas, nuestra consciencia quien crea la ilusión de mente-espacio-tiempo, a través de la interpretación que ésta lleva a cabo de las percepciones.
En palabras de Donald Hoffman, profesor de ciencias cognitivas de la Universidad de California en Irvine y doctor en informática y psicología por el MIT:
“La conciencia y sus contenidos son todo lo que existe. El espacio-tiempo, la materia y sus campos nunca han sido ciudadanos fundamentales del universo sino que han sido, desde el principio, entre los contenidos más humildes de la conciencia, dependientes de ella para su propio comienzo.”