Por Silvia Cantos Pi.- No tener identidad significa poder vivir sin estar relacionado y apegado a ideas y cosas que creemos ser: uno puede ser de un partido político un año y de otro al cabo de unos años. Mientras uno se identifica con aquello que le gusta, con lo que le ha formado la personalidad o con las cosas que le pertenecen, cuando alguien toca eso, le toca a él. Reacciona.
Aunque parezca un ejemplo simple, alguien se acaba de comprar un coche nuevo, lo ha deseado mucho tiempo, siente que es parte de su personalidad. Por eso ha escogido ese y no otro. Alguien, sin querer, lo raya, y al darse cuenta de ello, entra en un enfado profundo que le saca de quicio por un tiempo. Ha habido una reacción. Pero ¿podría no haber reaccionado y entender que los accidentes existen? ¿Se podría haber ahorrado la reacción? ¿Podría haber aceptado lo ocurrido, sin más? ¿Se podría? Pero, ¿por qué habría que no reaccionar?
Alguien se mete con un líder o personaje que admiras y notas como tu reaccionas como si fueras él. Pero ¿podrías no reaccionar? ¿Puedes entender porqué el otro lanza una crítica desde su propia identificación limitada? Nos identificamos con ideas, personas y cosas y creemos que eso que nos importa somos nosotros. Pero, objetivamente, eso no es así: no somos nuestras ideas ni lo que pensamos. Solo creemos serlo. Somos quien puede cambiarlas y comprender las contrarias si uno se sale de la mentalidad condicionada. Hemos caído en una trampa.
Cuando éramos pequeños nos entraba el arrebato cuando se nos quitaba un juguete o este se rompía. Pero hoy el juguete ya no forma parte de nuestra identidad y si se rompiera hoy, no tendríamos la misma reacción. Solo es un juguete. Los humanos crecen, pero no maduran. Solo cambian de juguetes. Juguetes que parecen más importantes. Pero, con el tiempo, todo aquello que le damos importancia hoy puede ir perdiéndola. Toda la lucha y las reacciones que tenemos con esas cosas que creemos ser, con el tiempo parecen inútiles. La única lucha útil es la de trascender el propio ego y liderarse uno mismo elevando el nivel de consciencia. Desaparece la reacción para responder de forma libre, sin quedar atrapado. En ese punto, no hay que luchar con nada porque no hay etiquetas ni enemigos. Uno se da cuenta que solo ha habido desencuentros inconscientes que se pueden reconciliar y volverse encuentros. Desencuentros fruto del choque de intereses entre identidades y condicionamientos distintos. Pero al desapegarse de la propia identidad, la sociedad no necesita etiquetas ni luchas sino liderazgo, ejemplo, empatía y sabiduría. Así que hay que apostar por la desidentificación para un posible encuentro entre las diferencias porque más etiquetas, solo crea más separación y división entre los de dentro y los de fuera de ellas. La intransigencia se apodera del transcurso de la vida.
Se hace imprescindible apostar por la educación que pasa por la desidentificación y no la identificación con las ideas. Las ideas deberían ser para mejorar la convivencia humana no para empeorarla. La tolerancia no nace en un entorno de “identidades” intransigentes y egocéntricas. Si aumentan las etiquetas sin aumentar la consciencia, solo se repiten las mismas peleas de la historia bajo títulos distintos, porque el trasfondo de la lucha y el desencuentro son el ego y la identificación.
Sin ser capaces de parar la reacción, el entendimiento, el logro del encuentro y la evolución humana, no en términos tecnológicos sino en valores, se pospone en la eternidad. Uno puede tener todo el conocimiento del mundo y ser muy inmaduro e inconsciente sobre uno mismo porque se desconoce por completo, objetivamente. ¿Dejaríamos el rumbo del mundo en manos de niños que se enfadan por un juguete? ¿Quién ha crecido en realidad?
Se hace imprescindible dar un paso más, trascender las etiquetas y las identidades y potenciar la inteligencia del Ser que es capaz de hacer lo que funciona y no solo reaccionar desde una identidad válida, pero limitada.