Por José Antonio Hernández.- Se dice que “Hay quienes traen al mundo una luz tan grande que incluso tras haberse ido siguen iluminando”. Expresamente, el poeta, pintor y grabador inglés, William Blake dejó dicho que “Aquel cuyo rostro no irradie luz, nunca se convertirá en una estrella”. Y el crítico, editor y diplomático estadounidense, James Russell Lowell, afirmó, con claridad y rotundidad que: “La luz es el símbolo de la verdad”.
Los grandes maestros de la Humanidad, en todo tiempo y lugar, han afirmado que nuestra esencia verdadera es la Luz y el Amor. Uno de estos grandes maestros, Jesús de Nazaret, se refirió a la “Luz” y pronunció su famosa aseveración de: “Yo Soy la Luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la luz de la vida”. O, “Yo, la Luz, he venido al mundo, para que todo el que cree en mí no permanezca en tinieblas”. Por su parte, Buda, otro gran maestro, aconsejó “Dudar de todo y encontrar nuestra propia Luz”. El descubrimiento de la llamada “Luz interior”, por tanto, es el oficio más importante del Ser Humano.
Nos dicen aquellos que aseguran haber descubierto su propia Luz Interior, que cuando venimos a esta vida olvidamos nuestra esencia verdadera. Y, zambullidos en este mundo sensorial y atractivo para nuestros sentidos, lo percibimos como la única realidad existente. Y, durante mucho tiempo, generalmente durante incontables vidas, vivimos errantes e inconscientes, como el hijo pródigo de la parábola de Jesús, dando tumbos, unas veces exultantes por nuestros éxitos y victorias vitales y otras frustrados y derrotados por nuestros fracasos. Hasta qué hastiados de este mundo de los sentidos, intuimos que, quizás, existen otras realidades más sublimes. En este sentido, Carl Jung, el maestro insuperable de la psicología analítica, afirmó que: “No es posible despertar a la conciencia sin dolor. La gente es capaz de hacer cualquier cosa, por absurda que parezca, para evitar enfrentarse a su propia alma. Nadie se ilumina fantaseando imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente su oscuridad”.
Ciertamente muchos comprendemos ya, de forma intelectual eso sí, la idea de que somos Luz y que ésta es nuestra verdadera esencia. E, incluso, siguiendo la reflexión de Jung que, para llegar a ella tenemos que servirnos del dolor y la oscuridad. Sin embargo, la vida diaria nos presenta a cada paso sucesos que nos conducen a la alteración y la pérdida de la paz, consecuentemente, a la conexión con lo espiritual. Lo habitual, de hecho, es permitir que los caprichos de la mente asuman el control de nuestra conciencia. Son, podríamos decirlo así, los momentos de oscuridad. Pero, en estos casos de inconciencia, es bueno recordar que, como defendió Einstein, “La oscuridad no existe, la oscuridad es en realidad ausencia de luz.”. En todo caso, si no compartimos este axioma físico, sí deberíamos tener siempre presente que “la oscuridad nos permitirá ver la luz de las estrellas”
Así pues, este es el camino: El encuentro con la luz. Por ello, el gran Platón afirmó que: Podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo de la oscuridad; la verdadera tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo de la luz”.