Por Carolina Funes.- No existe juventud, adultez o vejez cuando la propia oscuridad golpea a la puerta. El ser no conoce de tiempo cuando considera que le ha llegado la hora de despertar. Por ello la vida cuando encuentra el momento oportuno se impone con experiencias que uno está preparado para transitar y nada tiene que ver el tiempo sino el estado de consciencia que se expande para que ello suceda.
Uno cree que el tiempo es quien se encarga de aliviar las heridas que algunas experiencias han ido dejando cuando en realidad es la trascendencia del propio estado mental quien la hace. Cuando uno puede sentir armonía al pensar en esa situación que generó algún estado de tristeza es cuando uno se encuentra listo de superarse a sí mismo.
Cuando esa oscuridad ha logrado inmiscuirse por la cerradura de la puerta la desolación impregna cada rincón de la vida de uno. Soportar el peso de la tristeza que conllevan las experiencias dolorosas resulta muchas veces una agonía incesante. Aquí el tiempo parece transformarse en eternos momentos sin fin. Uno no sabe siquiera si existe algún fin.
También reconocer los demonios ocultos en uno es hacerse consciente de un daño causado. Al convertirlo en el propio dolor puede generar compasión y humildad. Recae sobre uno la responsabilidad de sus actos, los actos de su familia y de sus ancestros.
Preguntarse por qué sigue doliendo ese acontecimiento particular luego de pasado tanto tiempo es apelar a una clara respuesta. Ya no se trata de dolor siquiera sino del recuerdo que permanece intacto en la memoria y que no hace más que puntualizar en la ausencia. Recordar a cada instante que ya no está aquí, cualquiera sea la situación o persona, conlleva a naufragar entre un pasado que hiere y futuro de un podría haber sido y por ende inexistente.
La vida a fin de cuentas te hace un favor pues para superar tu propia angustia te permite contemplar toda tu realidad desde el instante presente para que no quieras volver allí, a ese recuerdo que fue algo vivo en el pasado pero que ya no existe en el ahora. Es una posibilidad de vibrar al unísono con la inmensidad que se manifiesta en cada rincón del universo.
Para anclarse en el momento presente hay que soltar toda concepción de tiempo y aunque parezca difícil hay que tener la certeza de que todo es posible. Entonces se deja ir también toda idea de un futuro que no ha llegado aún, puesto que aquello que uno hubiese deseado que se encuentre en el mañana, no lo estará. Delante, sólo el presente y poder permanecer en él conscientemente a cada instante es la única oportunidad de conocer la verdadera naturaleza del todo y hasta del cosmos.
Se puede viajar hacia atrás en la memoria si uno lo desea pero extrañamente la mente busca casi como sediento de sufrimiento ese preciso momento en que se ha transitado aquella experiencia dolorosa que moviliza las emociones hacia la confusión. No persigue un recuerdo bonito para sonreír y si hay uno agradable se sufre porque ya no está en el ahora.
Habría que preguntarse porque ésta voracidad por el sufrimiento, si al fin y al cabo es un fragmento de la memoria que la personalidad o el ego insiste en traer a la consciencia para robar el presente y la capacidad de contemplar el flujo de la vida puesta en él.
El presente se encuentra delante de los ojos pero el esfuerzo sin medida por relucir aquello que no se tiene o que ya pasó deja en segundo plano todo lo que acontece alrededor.
En psicoanálisis lo llaman vivir con la falta lo cual resulta una idea práctica a la hora de detectar la angustia que enferma al paciente. Se explica que uno tiene todo lo que se requiere para llevar a cabo una vida lo más satisfactoria posible y sin embargo uno se empeña en luchar por lo único que no se puede vivenciar.
En muchas ocasiones los humanos son adictos al sufrimiento pues pareciera que uno permite que los recuerdos dañen una y otra vez, no porque uno lo desea de forma consciente sino porque al intentar no sentir dolor se busca el camino para escapar de allí e inconscientemente y contrariamente uno se queda pegado allí. Es como querer escapar por un sendero que conduce hacia el punto de salida.
Regresar al pasado también es temer dar un salto cuántico hacia la divinidad que se encuentra en ese lugar desconocido donde el amor se manifiesta ilimitadamente e incondicionalmente. Pero ello asusta porque como humanos sólo se conoce lo limitado y el amor es condicionado por completo pues forma parte de la naturaleza terrenal del hombre.
También uno regresa al pasado una y otra vez no se manifiesta capacidad suficiente para trascender estados de la mente que lo atan al tiempo que ya pasó. Aprender a superar ello aliviará el sufrimiento innecesario e inexistente.
Por hábito de rememorar el pasado. Luego de cierto tiempo sino se trabaja sobre el cambio de actitudes y de pensamientos el transportarse hacia el pasado se vuelve casi rutinario. Por ello resulta indispensable transformar la costumbre por nuevas creencias que generen el mayor bienestar posible ya que luego de practicarlo constantemente los pensamientos positivos comienzan a fluir naturalmente y es en ese momento cuando un nuevo hábito más saludable remplaza la vieja costumbre que sólo se empeña en destruir.
Habría que plantear el hecho que si uno dispusiera de por lo menos una hora para poder recordar todo lo sucedido durante el día anterior y así tomar consciencia de cada instante, de todas las sensaciones, de cada emoción, cada paso o mirada o cada respiración uno ha de notar que es prácticamente imposible rememorar cada momento que ha sido vivido. Tan sólo se tiene la capacidad de recordar los hechos más significativos o a aquellos que se les otorga la importancia que uno quiere darle.
Así si uno dedica la mayor cantidad de energía a resolver problemas en el trabajo y cuando se retira de allí la mente continúa pensando en todo aquello que guarda relación con el ámbito laboral, este acontecimiento no deja espacio para sentir otro tipo de experiencias porque toda la atención se encuentra disipada en aquello que ya fue dejado detrás. Y ese otro tipo de experiencias justamente son el momento presente.
Si uno comienza a abrir sus sentidos para percibir el sol o el viento sobre el rostro sentirá como cada una de las células se beneficia en ésta conexión con la naturaleza pues el significado se encuentra justo en ese momento, el de estar allí.
Si intentase recordar como estuvo el día de ayer o las sensaciones cuando el cálido sol o la suave brisa rosaban el cuerpo no se podrá recordar cada detalle porque justamente esos instantes fueron ocupados por pensamientos acerca del trabajo u otra situación que despojan el presente hacia la nada misma.
Entonces la única forma de vivirlo es ser consciente de los estados emocionales, mentales y hasta espirituales que se manifiestan a cada instante dentro de uno.
Dejarse cautivar por la inmensidad e intensidad del ahora es olvidar toda conceptualización de tiempo.
Si se deja escapar éste momento sublime, nuevo y único se habrá perdido para siempre ya que, en principio no volverá y además no podrá ser recordado mañana pues se disipará con los sentires de ese presente. Entonces se vive la mitad de la vida sin estar presentes, cabe entonces preguntarse dónde estaba uno realmente.
Cuando muere un ser amado, cuando se aleja una pareja o se siente uno traicionado, una enfermedad que acecha al cuerpo o cualquier tipo de situación dolorosa se trata de estados que requieren la fortaleza de uno mismo y no del paso del tiempo en sí. Comprender la inexistencia del tiempo permite mirar hacia adentro y descubrir el camino de sanación de las heridas emocionales y espirituales.
E incluso los trabajos disponen de ciertos períodos de licencias para que luego de una situación personal complicada pueda regresar uno a las actividades sociales pero el corazón no entiende de tiempo. Y que es uno más allá del cuerpo, de la mente y de la psiquis. Es un espíritu vibrante.
El corazón sólo conoce su propio ritmo y su cicatrización no tiene una fecha de caducidad, de hecho no existe las fechas para él. Entonces que es el tiempo sino un invento de la razón para separar etapas y momentos en circunstancias lineales. Se debe reconocer su practicidad para las celebraciones sociales como los cumpleaños donde la niñez, la adultez y la vejez se miden por los años transcurridos cuando en realidad debieran ser los aprendizajes y la sabiduría lo que determinase la capacidad de discernimiento, de amor y de evolución espiritual. También resultan útiles para las reuniones de cualquier índole pero paulatinamente ha ganado más importancia el tiempo planificado que la esencia del encuentro en sí mismo. Los minutos son contados y las palabras que caben en éstos episodios muchas veces se encuentran vacíos de contenido. Aquello que se ve en el otro es lo superfluo en relación de lo que se debería ver.
Así por más que la sociedad exija la continuación de los quehaceres de la vida cotidiana es el corazón quien dictamina si debe permanecer aún en su dolor o si acepta que ya ha llegado el momento de abrirse hacia un nuevo estado.
Se deben respetar esos sentimientos y por ello no se debe confiar plenamente en los tiempos que impone el exterior pues intenta controlar y eliminar la sabiduría interior. Entonces el tiempo es del corazón y no del reloj.
Para deshacerse del tiempo creado por la razón y poder observar el estado mental y superarlo es indispensable considerar que en cada experiencia se encuentra una posibilidad única pues si uno presta la suficiente atención a cada día, a cada instante, el aprendizaje resulta intensamente profundo y apreciar cada momento como único y singular ofrece la oportunidad de entender toda la sabiduría del universo.
Estar en el momento del ahora permite que uno se vea a sí mismo sin un pasado y sin futuro. Se trata del auténtico ser sin cualidades positivas o negativas sólo estados mentales.
Así uno puede entender que los aprendizajes no están allí esperando por capricho ya que se encuentran aguardando que el alma esté preparada para que la huella de la sabiduría quede anclada en el ser.
Uno a veces debe enfrentar situaciones dolorosas y reclama mirando hacia el cielo el porqué, cuando uno debería preguntarse qué es aquello tan importante que se debe aprender. Pues es justamente esa circunstancia un escalón hacia un nuevo estado mental donde el tiempo resulta irrelevante ya que se puede tardar un instante o toda una vida en transformar las experiencias en entendimiento y sabiduría.
Y justo allí se abre la posibilidad de vislumbrar tan sólo un poquito de la luz del universo y de la fuerza del propio ser. Es como percibirse a sí mismo fuera de la realidad concreta, como si la capacidad mental estuviese más allá del mundo y del tiempo pues viaja por el espacio en la búsqueda de respuestas que ayuden a sanar y superar dicha situación.
Durante el trayecto es importante comprender que para avanzar hacia un nuevo estado en el que el escenario de la vida sea completamente distinto a los ya conocidos primero hay que develar el significado de la prueba a superar.
Por ello hay que reflexionar acerca del aprendizaje de cada acontecimiento para no repetir una y otra vez los actos que provocan sufrimiento.
Si uno tiene que aprender a agradecer y dejar de lado la queja se acercarán personas que sienten gratitud por todo, aquellas que dicen, gracias a Dios por cada detalle que les ha de regalar la vida. Si es necesario cultivar la alegría seguramente uno se topará constantemente con personas que son realmente divertidas.
En cada situación se despliegan las condiciones para evolucionar hacia el próximo aprendizaje y la humildad es la clave para que la sabiduría sea atesorada en el corazón.
Gran artículo, me ha resultado muy inspirador, gracias.