Por Fernanda T.- Desde hace millones de años, los seres humanos nos hemos encargado de encontrar la manera de suplir nuestras necesidades básicas. El vestido, por ejemplo, fue en principio una creación con la que buscábamos protegernos del frío y de las diferentes condiciones climáticas. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta invención fue adquiriendo un carácter estético y alrededor de esta se empezó a desarrollar una industria que hoy por hoy, es quizá la más grande de todo el mundo. La moda se ha convertido en un elemento básico para la caracterización de una persona, no sólo porque refleja nuestro gusto y estilo, sino porque a través de esta es posible determinar patrones sociales, culturales y geográficos. Debido a la posición que ha alcanzado la moda, a que influye en otros sectores económicos y crea incluso imagen de país, miles de personas, guiadas por las ansias de poder y dinero, han sobrepasado los niveles de inhumanidad y han convertido este mercado en una red de mentiras que todos alguna vez, consciente o inconscientemente, hemos apoyado.
La industria de la moda ha adoptado un modelo de consumo llamado “moda rápida”, el cual consiste en que las marcas producen ropa que imita las tendencias y la ofrecen a precios muy bajos, por lo que se ven obligadas a cambiar sus artículos con mucha frecuencia. Nosotros, inmersos en un mundo capitalista que nos seduce constantemente a través de la publicidad y sumidos por la presión social constante, caemos en la trampa que nos ponen las grandes industrias y nos enfrascamos en la idea, casi siempre inconsciente, de que al adquirir productos (generalmente innecesarios) estamos aumentando nuestra calidad de vida, es decir, creemos que la felicidad está en el acto de comprar.
La fabricación de una prenda de vestir comprende un proceso muy amplio que quizá muchos de nosotros no hemos explorado a profundidad. Pasamos por una tienda y contemplamos los diferentes colores, las diferentes texturas, los diferentes estilos; nos probamos algunas prendas y aunque probablemente no las necesitamos decidimos llevarlas porque están en oferta; tenemos un evento y compramos un nuevo atuendo porque no podemos usar algo que ya hemos usado antes, pero… ¿nos preguntamos quizá dónde fue fabricada la ropa que usamos? ¿Conocemos el proceso por el que pasa cada una de las prendas que llevamos puestas? ¿Somos conscientes de las condiciones en las que viven y trabajan las millones de personas que se encargan de fabricarla? Por supuesto que no.
En la actualidad, Asia es el continente donde más textil se produce en el mundo. Países como Vietnam, Bangladesh y China venden altos volúmenes a precios muy bajos, lo que se debe a que el valor de sus productos no varía desde hace mucho tiempo y a que su mano de obra es realmente barata. ¿Y cómo logran que la producción no les genere muchos gastos? Según un conocido blog, “there are roughly 40 million garment workers in the world today; many of whom do not share the same rights or protections that many people in the West do”. Sí, con el propósito de ofrecer sus productos a precios muy bajos, las grandes industrias someten a sus empleados a trabajar en condiciones precarias, las cuales van desde espacios de trabajo sucios, agrietados, a punto de caerse, hasta salarios que no alcanzan a ser ni la mitad del mínimo establecido.
Pero las consecuencias irracionales que trae consigo el desarrollo de la industria de la moda no sólo giran en torno a lo mencionado anteriormente, sino que también involucran un deterioro continuo del medioambiente. El algodón representa casi la mitad de la fibra total utilizada para confeccionar nuestra ropa, y más del 90% de este algodón está modificado genéticamente, lo que implica el uso de una cantidad absurda de agua y el empleo de químicos que con el tiempo, generan un impacto realmente negativo en los suelos donde se cultivan estas plantas. Además, la fabricación de zapatos implica también el uso de compuestos químicos que después son arrojados como desechos a ríos y mares alrededor del mundo. Y esto sólo si hablamos de la contaminación que se genera en el proceso de fabricación de estos productos. Solamente en los Estados Unidos, se arrojan más de 11 millones de toneladas de desechos textiles al año, y la mayoría de estos no son biodegradables, lo que significa que se tardan 200 años o más en descomponerse, y mientras esto ocurre se emiten cantidades de gases nocivos para el planeta.
Si pensamos con la mente y con el corazón, no tendremos mayor dificultad en comprender que la destrucción del medioambiente es nuestra propia destrucción. Por un lado están las zonas donde se emplean pesticidas para el cultivo del algodón, donde cada vez es mayor el número de niños que nacen con defectos congénitos o que padecen de cánceres, enfermedades mentales y discapacidades físicas. Por el otro, están los países exportadores de cuero, donde todos los días más de 50 millones de litros de aguas residuales tóxicas fluyen hacia la agricultura local y el agua potable, causándole a los habitantes problemas dérmicos como erupciones en la piel, ampollas y entumecimiento de las extremidades.
Teniendo en cuenta todos los factores que están involucrados detrás de esta gran industria y además, que hoy por hoy nos enfrentamos a uno de los niveles más altos de desigualdad y destrucción ambiental, es importante que tomemos conciencia y recuperemos nuestra humanidad. Es necesario encontrar la manera de habitar nuestro planeta sin atentar contra los derechos de las personas y sin destruir nuestros recursos naturales. Y aunque pueda parecer una tarea difícil, podemos tomar partido y contribuir con esta gran causa. Es simple, sólo debemos informarnos más acerca de lo que compramos, acerca de las personas que fabrican nuestras prendas y acerca de la forma en que esta es fabricada.
En una de las entradas de un conocido blog, nos aconsejan tener en cuenta cinco aspectos a la hora de comprar. El primero se trata de pensar cuántas veces voy a usar la prenda; el segundo, de alejarse de la idea preconcebida de que es necesario comprar ropa cada temporada; el tercero y el cuarto están enfocados en que busquemos y apoyemos las marcas de ropa que son éticas y amigables con el planeta; y el último nos propone revolucionarnos y ejercer presión sobre las marcas, para que sean más transparentes y nos permitan conocer todo lo relacionado con su producto.
El vestirnos, al igual que las demás costumbres que hemos adoptado a lo largo de la historia, debe convertirse también en un acto consciente. Es el momento de transformar nuestro entorno y el de los demás, es el momento de hacer pequeños cambios que con el tiempo se conviertan en cambios verdaderamente significativos.