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La mutación psicológica

Por Ramiro Calle.- Todos los grandes mentores lo han aseverado: urge cambiar la mente. No se trata de hacer retoques, banales maquillajes, componendas, sino cambiarla desde sus mismas raíces, modificando así sus a actitudes, reacciones y comportamientos. Para ello hay que desenraizar muchas tendencias latentes insanas y destructivas, logrando desaprenderlas y agotar su impulso, para que pueda aflorar la preciosa energía de las tendencias sanas y constructivas. Con esa finalidad última se creó realmente la meditación, en un intento por ensanchar la consciencia, liberarla de limitaciones egocéntricas y discapacidades, y permitir que evolucione y aflore lo mejor de la misma.

El logro de haber obtenido una consciencia más egocéntrica y atisbos de autoconsciencia, no es tal si solo ha servido para desencadenar tendencias egoístas y si dicha evolución, si ha sido tal, se ha estancado por completo. Desde hace unos miles de años el homo sapiens sapiens ha desembocado en una consciencia crepuscular, que en alguna personas se siente por completo insatisfecha e incompleta, y pone los medios por evolucionar y realmente humanizarse. De otro modo, si el ser humano queda empantanado en una consciencia crepuscular, semevolucionada, embotada, torpe y enfermizanerte egocéntrica, ¿qué objeto tiene incluso como especie?, ¿qué pierde el planeta si se extingue y al menos quedan a salvo y tranquilos los animales, el reino vegetal y la Madre Tierra? No hay nada que evidencie que el hombre como tal no sea prescindible sin el menor problema para el planeta, sino que, al contrario, su desaparición sería balsámica para muchas criaturas animales y vegetales. Bien es cierto que la desmusurada paranoia narcisita del ser humano hará que muchos protesten y se crean imprescindibles, o aleguen que son bastiones de arte, cultura, poder o lo que fuere, argumentos todos inconsistentes una vez no hubiera quien para apreciar ese arte, embriagarse de esa cultura o ejercer poder por el poder. Se cumpliría aquel antiguo adagio oriental que reza: «Este planeta sin el hombre sería un paraíso».

Pero la otra opción es evolucionar conscientemente y no resignarse fatalmente al lado oscuro, neurótico, destrucrtivo y egomaniaco del ser humano. Para ello hay que cambiar y el cambio comienza por la mente, la precursora, como diría Buda, de todos los estados. La mente es la sociedad. Lo que se halla en la mente es lo que se constela en la sociedad. Si en la mente hay ofuscación, avaricia y odio, esos serán los dragones que laceran, hacen putrescible y enlodan la sociedad. Incluso las guerras nacen en la mente.

Me gusta recordarle a mis alumnos de meditación que todo está dicho, pero nada está hecho. Todas las religiones, sistemas soteriológicos, profetas, han fracasado en su intento de sanear la sociedad, porque si no se sanea la mente, todo intento será fallido. Los antiguos yoguis y meditadores, que fueron los primeros psicólogos de la Humanidad y los primeros y más audaces exploradores de la consciencia, ya se percataron de ello. De repente se había hecho, tras millones de años, un aparente milagro: había surgido otro tipo de consciencia y el sentimiento de individualidad egocéntrica. Pero era tal un muy dudoso privilegio si no servía todo ello para realmente humanizarse y dejar de matar (y se mata de muchas maneras, no solo físicamente). La meditación se convirtió en una herramienta para poder descender hasta los abismos de sí mismo y, por un lado, desenraizar los impulsos nocivos y, por otro, encontrar una pureza prístina.

Por mucho que nos impeñemos en creer que estamos despiertos, no lo estamos. Desde este nivel de semiconsciencia, podemos tener vislumbres, si trabajamos interiormente, para escalar a umbrales más altos, luminosos y compasivos de consciencia real. Por mi parte me conforto repitiéndome una y otra vez lo que aseveraba Buda: «Pero algunos habrá que no tengan la consciencia demasiado empañada y puedan despertar». Ojalá sea así. Hace mucha falta.

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