Por Isa Campillos.- Hay que atreverse a entrar ir muchas veces por donde nadie va.
A dirigirse al terrorífico y oscuro cuarto del alma,
donde está la oscuridad.
Pues no hay peor ciego que el que no quiere ver,
su propia sombra.
Su propia herida,
su propio interior.
No hay mayor dolor,
que aquel que no se quiere sentir por miedo.
La carretera siniestra,
que se atraviesa a solas, sin espectadores ni acompañantes de la gran mentira.
Y es que, el camino real no es para todos.
No todos están preparados para saborear de vez en cuando la sombra y su magia.
La sombra que te devuelve a la luz,
al camino de verdad.
Ese camino que no es luminoso siempre,
sino que hay contrastes para crecer.
Para reconocer,
lo que no somos y quedarnos con lo que sí, con nuestra esencia.
Para devolver,
el alma de regreso al cuerpo y no al revés.
No vivir en un cuerpo que no está de acuerdo con la mente que lo maneja,
pues el Ser se fue.
El Ser conectado al corazón busca tu sanación,
y te llevará por caminos diferentes, por tus caminos y tus carreteras.
Si te desconectas del corazón,
darás tantas vueltas buscando tu lugar que acabaras perdid@.
Por no querer tener contacto con la sombra,
con eso que no te gusta, con eso que te duele, con eso que te hace sufrir, con eso que no eres tú.
Con ese patrón mental, que busca salvarte de algo que no existe, la ilusión de la mente.
Continua, incansable, vaga y comodona.
No quiere salir del escenario conocido y abrirse a la consciencia que es cerrar los ojos y no ver,
para sentir con el corazón.
Para iluminarte en la oscuridad,
debes cerrar los ojos.
Abrir el sentimiento, destilar el dolor e inhalar la vida que te devuelve a la carretera que te lleva,
de regreso a ti.
Para reconocerte,
y no desconocerte.