Por Francisco Luis Cruz Delgado.- La soledad no sé si es un sentimiento o un estado o, simplemente, las dos cosas. A veces nos sentimos solos estando acompañados de otras personas. Otras, porque no tenemos a nadie junto a nosotros. Ante esta situación puede que nos encerremos más en ese estado de depresión, de frustración y nos sentimos en una soledad aún mayor.
Cuando es así entramos en un bucle, en una espiral que nos hunde más y más y perdemos la esperanza, la ilusión, las ganas de vivir. Miramos a los demás y cuando vemos a otras personas acompañadas, en grupo, en familia o en pareja, echamos de menos estar en su lugar.
También ocurre que podemos estar con otras personas, con amigos o con grupos de cualquier índole y nos sintamos vacíos, fuera de lugar. No encajamos. Sin embargo, nos dejamos llevar por la inercia y continuamos con esas relaciones, incluso de pareja, por no estar solos. Al sopesar la situación, elegimos estar acompañados de otros.
En ambos casos, buscamos compañía huyendo de la soledad porque siempre nos han dicho que estar solos es malo, somos seres sociales y debemos pertenecer a un clan. Pero hay algo que no cuadra, porque si es así, ¿por qué nos sentimos mal? Deberíamos ser felices, pero no lo somos.
Si dejamos de asociarnos con el grupo nos sentimos solos, si estamos solos echamos de menos estar con otras personas. Finalmente estamos disconformes y nos produce desasosiego, frustración, incomprensión y más soledad, porque acentuamos más ese estado de soledad.
No comprendemos que en realidad lo que nos ocurre es que una parte de nosotros y nosotras es la que nos echa de menos.
Esa parte que nos muestra las ganas de que la reconozcamos mostrándonos ese sentimiento con los que nos rodean, como un espejo en que nos miramos. Lo que ocurre es que como no la reconocemos, o bien no recordamos que existe, de alguna manera estamos buscando ese reencuentro y lo hacemos mirando hacia afuera.
Puede ocurrir algún acontecimiento en nuestra vida que nos obligue a poner el foco de nuestra mirada, nuestra intención, en nuestro interior, y poco a poco vamos reconociendo que ahí estaba esa parte de nuestra y que había estado siempre. Nos había hablado, nos había ayudado, y no lo habíamos reconocido.
Comenzamos a sentirnos acompañados y acompañadas, dejamos de tener ese sentimiento de soledad incluso aunque estemos en el desierto rodeados de arena sin nadie que nos acompañe a la vista. Entonces miramos a los demás de otra forma y reconocemos que cada uno y cada una, también tienen una parte de sí mismos que siempre les acompaña. Aunque puedan sentirse en soledad.