Por Mª Laura Martínez Ramírez.- Una de las cosas que más me ha ayudado en mi autoconocimiento, ha sido el empuje de manos de Tai chi, como sabréis fundamentado en el taoísmo, y para el que no sepa bien lo que es en esencia, le recomiendo el Tao te king, y si conecta con él, el I Ching.
Las manos se colocan sobre las muñecas o antebrazos del compañero y él los coloca en los nuestros, comenzando una rueda, una danza donde la tensión ha de ser la justa, entre microempujes, y microresistencias, reflejo de jin y el jang. Buscando por donde viene este, para intentar dejarle paso, de modo, que solo se empuje en la dirección en la que el otro se sale de su centro, ya sea por ser de más, entonces nos retiramos, y él con su mismo empuje se sale, se desequilibra, o de menos, al no poner la mínima resistencia, entonces se va hacia detrás. En ese giró continuo de brazos, él también intenta sacarnos a nosotros, dejándonos igualmente que encontremos solo agua en nuestro empuje, y retirándose por el lado que nota que empujamos de más, permitiéndonos simplemente seguir el camino y de este modo, haciéndonos ver como estábamos perdiendo el centro por querer hacer más de lo que tocaba.
Después comienza la segunda parte, la que nos valdrá como autoaprendizaje para la vida, porque esta actividad, tan física, tan real, no es más que una proyección más de como actuamos en ella, así, si somos capaces de autoindagar en nuestro comportamiento diario, observaremos esta forma de actuar en todo lo que hacemos.
Se verá, literalmente, que generalmente nos salimos de nuestro centro y por tanto perdemos el equilibrio, cuando tendemos a hacer más de lo que deberíamos, o nos vamos hacia atrás al primer empuje, sin presionar lo mínimo par que siga el círculo, lo que nos muestra, como ante cualquier presión, nos retiramos, permitiendo así que inunden nuestro espacio.
Cuando, como dice la Gestalt, haces este trabajo de darte cuenta, y compruebas lo que es obvio, desenmascaras a la mente que con sus pensamientos te lleva a creer que eres una cosa que no es real, el cuerpo no engaña, es el instrumento más físico y hay que empezar a dejarle que hable mucho más que a la mente, porque el cuerpo no sabe engañar y la mente sí. Soy a veces muy diferente a lo que me imagino, si el cuerpo muestra la verdad, hagámosle caso, porque solo desde la verdad podemos avanzar en el autoconocimiento.
En esa segunda parte, pasar a ver esto mismo en la vida diaria. Comprobando cuando cedes demasiado a los deseos de los seres con los que te relacionas, ya sea nuestro perro, un familiar, el tendero de la esquina o el compañero de trabajo. Ayudándote por el lenguaje de las emociones puede percibir que sientes, puede venir un sentimiento de pena de autolástima, porque no te has dado cuenta, o has permitido pequeñas microagresiones, has cedido demasiado, y en la última de ellas te empujan y te sacan, aquí puedes sentirte víctima y culpabilizar al otro de lo que te ha hecho, con lo buena que tú eres, o ver que ese ser realmente te está mostrando donde estaba tu debilidad en las relaciones . Así actuamos cuando vamos de víctimas, muchas veces por una creencia equivocada de lo que es ser bueno, no ponemos el mínimo límite, no nos mantenemos firmes en nuestro lugar y luego acusamos al otro de maltrato.
Pongamos otros ejemplos, si el anterior era de exceso de jin, este, lo será por exceso de jang. Si insultamos, incluso agredimos físicamente, estamos yendo muy hacia delante y fácilmente nos desequilibramos. Estas agresiones se ven fácilmente, pero existen otras cotidianas que son muy sutiles, y que nos llevan también a perder el centro.
Así, cuando una persona le dice a otra lo que debe hacer, en qué se ha equivocado, aunque con la mejor intención, ya se está desequilibrando de más, hacia delante, es una microagresión que hay que reconocer enseguida, haciendo la suficiente presión, para que no nos afecte, para ello tenemos que empujar nosotros levemente y girar para mostrarle su desequilibrio, así podemos decirle alguna frase asertiva, o ligeramente agresiva, aunque menor que la suya, para no herirnos los dos, del tipo, -bueno,esa es tu opinión, gracias, cuando considere que necesito tu visión te lo haré saber-, de este modo retomamos otra vez el poder.
En un tercer movimiento hacia dentro, se puede ir más allá, y desde la perspectiva de que todo es una proyección nuestra, indagar, hasta qué punto, esa actitud es la que tenemos con nosotros, porque mi actitud hacia el mundo es otro reflejo de la que tengo conmigo mismo. Ahora con las pistar recibidas, puedo indagar, cuando no fluyo con la vida. Por esto, entre otras cosas, es fundamental la soledad, ahí podemos descubrirnos, en autoagresiones, cuando no nos damos el alimento que sabemos correcto, el sueño, el abrigo, cuando, por el contrario, tomamos demasiado de la vida, tanto que nos desequilibramos, estando pendientes todo el tiempo de estar confortable al máximo, etc.
Vivir bailando la danza de la vida en este aceptar ir en la dirección que el otro, que la vida, te marque. Encontrando el momento de cambiar y ser tú el que guía, jugar a ahora tú, a ahora yo, hacer ese pequeño gesto, que hace que el otro entienda que quieres por ahí, y si no lo sigue, que no pierda belleza y armonía el baile, esto es maravilloso. Si se es capaz de aceptar cada empuje de la vida sin que te desequilibre, girando con la presión mínima en la dirección del hacer, y esto tampoco en exceso, la vida se convierte en una danza divertida y bella.
¿Qué nos impide bailar con ritmo, con armonía y belleza? ¿Por qué a veces no es suficiente con ver y reconocer como actuamos en la vida? Porque ocurre a menudo que esas actuaciones discordantes son fruto de lealtades, de pensamientos que nos superan que no somos capaces de reconocer.
Llegados a este punto, toca profundizar más, en un cuarto movimiento, si, justo hacia el subconsciente, hasta llegar a ver, con qué conectamos al final de todo.
Cuando sentimos las emociones que aparecen después de algunas de nuestras actuaciones y que nos indican que algo va mal, en principio, hacedles caso y reconocedlas, diferenciar bien, si es pena, si es rabia, o miedo lo que estoy sintiendo, entonces intentar conectar con otras veces que hayamos sentido lo mismo, para bien, en este caso, la memoria emocional es muy fuerte, puede llevarte a conectar incluso con momentos de la infancia en el que aunque el escenario haya cambiado el sentimiento sea el mismo, en el hilo conductor de todas ellas se puede encontrar un mismo pensamiento equivocado, como -si no hago todo lo que me dicen los adultos, no me van a querer-, o -todos tienen que pensar bien de mí-. Con estos dos ejemplos, sobra para entender que, si una persona está siempre pendiente de lo que opinan los demás de él, por ejemplo, vivirá en un continuo estrés, una tensión excesiva, y esta sensación, ya nos está marcando que no estamos actuando desde nuestra mejor verdad.
Al final vemos que detrás de cada uno de estos pensamientos, está el deseo de que nos quieran. Ese deseo es el origen y la causa de la infelicidad, en sus tres formas evolutivas, la vanidad, cuando deseamos amor y no sabemos todavía darlo, ignorando además que la felicidad está en dar, el orgullo, cuando ya tenemos este conocimiento, pero tememos no recibir y preferimos por esto, no dar todo lo que podríamos, y la soberbia, que sabe y da amor, pero no a aquél que siente que le ha traicionado negándole el perdón, incluyendo aquí el autoperdón.
Cada uno está en su momento evolutivo y ha de pasar por todas las pruebas para aprender a amar, todo esto que nos impide hacerlo, (que no es solo ceder, también lo es poner los límites necesarios), cuando lo vemos, lo aceptamos y superamos, deja de afectarnos, esto lo sabemos, porque dejamos de experimentar cargas emotivas que nos alerten del desequilibrio. Entonces, podemos empezar a ver al enemigo como el amigo que viene a ayudarnos, apareciendo sin esfuerzo el perdón, porque somos capaces de reconocer a todos como seres en evolución, que, en el fondo, detrás de cualquiera de sus actuaciones, solo busca ser querido, al igual que nosotros.