Por Jessica J. Lockhart.- Las etiquetas evitan que veamos al ser humano detrás de ellas. Una vez etiquetamos a alguien, de inmediato vemos a esa persona a través de la etiqueta. La etiqueta puede afectar a todo aquello que vemos en esa persona o solo a algunas partes pero solo si buscamos detrás de la etiqueta seremos capaces de ver de verdad a la persona como es.
Las etiquetas son filtros en nuestros ojos y en nuestros corazones. Al etiquetar a otros seres humanos los convertimos en aquello que dice su etiqueta. Los miramos y es como si lleváramos gafas tintadas. En lugar de dar color a lo que vemos, centran nuestra atención en otra cosa, en algo que esperamos ver, en la etiqueta que tenemos en mente.
Existen todo tipo de etiquetas. Algunas fortalecen, otras limitan y reducen. Cada vez que juzgamos y etiquetamos convertimos a la persona etiquetada en otra cosa, en algo que queda definido por la propia etiqueta. Así, si etiqueto a alguien de «discapacitado,» de inmediato lo percibo como «no capacitado» y a partir de ese momento así será cómo lo vea. Si además difundo esa etiqueta entre otras personas, ellas también lo percibirán como un ser humano «no capacitado.»
Desde el momento en el que comience a ver a una persona a través de una etiqueta, la trataré como me dicte la etiqueta. Cuando una persona es «no capaz» ante mis ojos, mi comportamiento cambia. Esa persona recibe un tratamiento especial solo porque la percibo como un ser humano «no capaz» de algo.
Imagina entonces el daño que pueden hacer otras etiquetas… Idiota, fea, pobre, lenta, tímido, rico (sí, incluso esta etiqueta puede resultar muy limitadora) y una interminable lista de otros muchos términos. Se ha demostrado científicamente, por ejemplo, que las personas que percibimos como «obesas» con frecuencia las vemos (y tratamos) como si fueran menos fiables, menos eficientes, más perezosas y menos saludables. Dada nuestra educación y nuestra cultura, la etiqueta «obesidad» va acompañada de una serie de prejuicios. Al ver a una persona desde esa etiqueta, con frecuencia percibimos una imagen distorsionada a través de nuestros prejuicios culturales en lugar de ver al auténtico ser humano.
Si la etiqueta de una persona se extiende lo suficiente, tal vez esa persona comience a creérsela y actuar como si fuera lo que dice su etiqueta. Ponle a un niño una etiqueta las veces suficientes y acabará convirtiéndose en ella. «Tímido» es un ejemplo muy común. Los niños a quienes se les llama así se lo creen y con frecuencia acaban convirtiéndose en jóvenes tímidos. Este efecto lo encontramos a menudo en las escuelas. Cuando los profesores etiquetan a un niño como «lento,» «problemático,» «torbellino,» o «superdotado,» la etiqueta lo acompaña pasando de curso a curso, de profesor a profesor y de profesores a compañeros de clase. El etiquetado padece lo que se conoce como el efecto pigmalión y se le comienza a ver y tratar según su etiqueta.
La verdad, por lo tanto, es que el ser humano auténtico no es el que estamos percibiendo. Lo que estamos viendo es una versión distorsionada del mismo y esa distorsión se debe a la etiqueta. Las etiquetas distorsionan nuestra comprensión y percepción de los demás seres humanos.
Es cierto que la experiencia nos puede ayudar a liberarnos de algunas etiquetas. Puede ser que yo vislumbre a la persona detrás del término en un momento dado por algo que ocurra; tal vez un acontecimiento me abra los ojos o quizá la persona haga algo que me obligue a verla a pesar de la etiqueta. Lo que ocurre en esos casos es que la etiqueta desaparece. Dejo de ver a la persona a su través. La etiqueta se desvanece.
Te animo a que pienses en las personas que conoces, en tus amistades y seres queridos en particular y te preguntes qué etiquetas les aplicas. ¿Eres capaz de verles detrás de las mismas?
Cuando conoces a alguien nuevo, ¿puedes ver a la persona y evitar etiquetarla?
Y lo que es todavía más importante, ¿te etiquetas a ti mismo? ¿Te puedes ver detrás de tus propias etiquetas?
Disfruta de la vida… de TODA ella,
Jessica J. Lockhart