Un estudio ha descubierto que el sentido de una palabra es suficiente para provocar una reacción en nuestra pupila, estudio que abre una nueva perspectiva de cómo el lenguaje es tratado por el cerebro.
La pupila es un orificio situado en la parte central del iris por el cual penetra la luz al interior del globo ocular. Se trata de una abertura dilatable y contráctil que tiene la función de regular la cantidad de luz que le llega a la retina, en la parte posterior del ojo.
Cuando hay poca luz alrededor, las pupilas se dilatan. Cuando hay mucha luz, se contraen. Cuanto menor es la cantidad de luz, mayor es el tamaño de la pupila y, al contrario, a mayor cantidad de luz, el tamaño de la pupila es menor.
Lo que han descubierto investigadores, del Laboratorio de Psicología Cognitiva de Francia (CNRS/AMU) y de la Universidad de Groningen en los Países Bajos.
Nuestras pupilas no sólo se contraen cuando están expuestas a la luz, sino que basta que hablemos de luz o de luminosidad, para que reaccionen como si estuvieran expuestas a una mayor luminosidad. Basta con decir sol o brillo, para que las pupilas se contraigan.
Y al revés, cuando la palabra que escuchamos está relacionada con la oscuridad, por ejemplo, noche o tinieblas, las pupilas se dilatan como si realmente estuvieran expuestas a la oscuridad.
Eso significa que el tamaño de la pupila no depende sólo de la luminosidad de los objetos observados, sino también de la luminosidad de las palabras evocadas, ya sean habladas o escritas.
Según los investigadores, el cerebro crea automáticamente imágenes mentales de las palabras leídas o escuchadas. Por ejemplo, crea una imagen de sol en el cielo al oír o leer la palabra que denomina a nuestro astro rey.
Esta imagen mental del sol creada por el cerebro es la que provoca que las pupilas se contraigan, como si realmente estuviéramos expuestos a la luz solar.