Por Loana Ascarate.- Encarcelarnos en nuestro propio mundo del ego sólo nos lleva a vivir experiencias semejantes a nuestro estado emocional presente.
Vamos acumulando pequeños momentos de ira, impotencia, ansiedad, culpa y proyectamos esos sentimientos en las personas que nos rodean, ya sea en el ámbito familiar o laboral.
Nos enojamos con nosotros mismos porque no encontramos el “SENTIDO DE NUESTRA VIDA”, nos molestamos con las personas que nos rodean porque “es su culpa” que yo me encuentre en tal o cual situación, nos ofuscamos con la vida porque nada se mueve y “todo está estancado” y no sucede lo que YO considero que debería experimentar, sin darnos cuenta de que quien está estancado es uno mismo.
Atados a estas emociones y sentimientos continuamos experimentando las mismas situaciones una y otra vez, sin tomar conciencia de la razón por la cual nos encontramos viviéndolas. Nuestro “mundo” no cambia y nos percibimos siempre en el mismo círculo vicioso.
Quienes nos rodean corren de aquí para allá trabajando y desarrollando sus ocupaciones, inclusive yo mismo. Pasan horas, días, meses y cada vez acumulo más; no hay momento para charlar, no hay tiempo para comunicarse, para mirarse a los ojos, para contarles nuestros sentimientos a esos seres que amamos y en los cuales confiamos.
Llega un punto donde “tocamos fondo” emocionalmente y nos deprimimos, no tenemos ganas de desarrollar actividades, nada nos inquieta, nada nos atrae, nada nos satisface y hasta nuestro cuerpo se enferma por soportar tanta insatisfacción.
Este es el momento donde el universo conspira para ayudarte (como siempre, sólo que no lo percibimos) y esa persona en la que tanto confías se sienta contigo a escucharte. “Sacás” todo lo que sentís, haces catarsis, lloras y sale esa emoción que estaba bien guardada y que no te permitías asumir, ese sentimiento de ¡hasta acá llegué! ¡no quiero sentirme más así!, me cansé, me rendí. Pero ese “rendirse” no significa que no continúes adelante, sino rendirse a esos sentimientos que nos hacen daño.
En ese momento que puedo contar lo que me sucede, exteriorizarlo, en el que aflora todo lo que se ha ido archivando inconscientemente, sale toda la angustia, exploto en llanto y surge la liberación emocional. Llega esa sensación de paz se siente en el corazón, esa sensación de que hiciste lo correcto.
Aquí es donde tomamos el impulso necesario para seguir adelante, como quien llega al fondo de una piscina y se impulsa para salir a flote. Así comprobamos que la comunicación es una herramienta sanadora por excelencia; que nos libera y al mismo tiempo nos impulsa a seguir adelante.
Cuando nos sentimos devastados, busquemos aquellas personas con las que podamos comunicarnos, porque esta es la clave de un camino no sólo accesible sino liberador, dando paso a nuevas experiencias para seguir aprendiendo en nuestra estadía por este planeta.