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Lo que es bueno para el ego es malo para el ser

Por Ramiro Calle.- Últimamente se habla mucho del ego; hasta los políticos, que son ego-rascacielos y padecen muchos de ellos el síndrome de la egomanía, se refieren al mismo, viendo el ego en los adversarios políticos y no uno mismo. Hasta en las conversaciones cotidianas el término sale a relucir. Aparece con frecuencia en libros de autoayuda o de espiritualidad. Pero en realidad casi nadie tiene una idea exacta de qué es el ego, ya que es mucho más que un simple concepto. La verdad es que el ego es todo y es nada y ya se ha dicho aquello de «es como una etiqueta pegada a ninguna parte». En cierto modo es una perversa alucinación, pero tambien se puede convertir en un sentimiento muy feo y que da por resultado el egocentrismo, el egoísmo, la egolatría y el fatal narcisismo. El narcisista nunca tiene ojos para ver las necesidades ajenas y entonces, ¿cómo poder atenderlas? Y esta sociedad es básicamente egóica y narcisista, en la que se aprecia solo el aparentar, envanecerse, tener y apabullar a los otros con lo que se tiene, desoyendo la voz de la humildad.

Hay un ego relativamente maduro y sano si conduce a cooperar con los otros y empatizar con ellos. Hay un ego que es un verdadero demonio y que inclina a desentenderse de las necesidades ajenas, ocuparse solo del propio bienestar y placer, enaltecerse e incluso explotar, denigrar y humillar a los demás. El ego tiene un lado muy oscuro y siniestro, y en contra de lo que podemos pensar nos hace vulnerables, susceptibles, facilmente heribles y neuroticamente suspicaces. Alimenta la soberbia, la vanidad, el yoísmo patológico. Es un pésimo negocio, aun si se cree lo contrario. Una sociedad donde se retroalimenta el ego sin cesar, es una sociedad enferma y que hace mentes discapacitadas: así de claro y contundente. El ego se nutre de codicia desmesurada, voracidad, afán de poder, aborrecimiento y ofuscación. Necesita afirmarse a toda costa, siempre está hambriento de consideración, afirmación, poder, prepotencia y altanería. El ego exacerbado se vuelve posesivo, insensible e incluso destructivo. Debería haber una oración que fuera. «Señor, líbrame de la gente con demasiado ego; sé compasivo y no me pongas a su alcance». Se paga un alto diezmo al ego exacerbado, empezando por el que lo padece. En sus apegos el ego es un pozo sin fondo, un fantasma hambriento que nunca se sacia.

Cuando utilizamos el término «ser», nos referimos a lo más auténtico, honesto y sano de la persona, así como a su consciencia de ser. El ego es la personalidad y el ser es la esencia. Podríamos decir que el ego es lo adquirido, la máscara, y el ser es lo genuino. Pero no hay que perderse en un amasijo de ideas, y sí entender con claridad que lo que es bueno para el ego es malo para el «ser». El trabajo sobre uno mismo radica en parte ahí. Hay que aprender a discernir. No podemos prescindir del ego, no podemos matarlo, pero sí reeducarlo y cultivar sus antídotos: lucidez o entendimiento correcto, compasión, indulgencia, espíritu benevolente y ecuanimidad.

Llevo dando clases de meditación medio siglo. La meditación nos ayuda a debilitar el ego y poder utilizarlo menos egoístamente. Al cesar el ego, se incorpora el «ser». En la medida en que evolucionamos conscientemente vamos desmantelando el complicado edificio del ego. Con menos ego, somos mas libres y dichosos; con un ego incontrolado somos infelices y nos perdemos el elixir del amor, lo cual en si mismo ya es la peor tragedia, aunque el egocéntrico ni siquiera pueda dase cuenta de ello. El ego manipula, utiliza, se alimenta del poder y de la apariencia, pero no tiene ni la menor idea de lo que es amar. Y en una sociedad que se inspira en el ego, puede haber competencia, confrontación, conflicto, avaricia y odio, pero nunca amor.

Ramiro Calle

www.ramirocalle.com

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