Por Ramiro Calle.- Lo he visto escrito en una pared: «Los animales están para acompañarnos, no para servirnos». Pero muchas personas nada quieren saber de los derechos de los animales y los ignoran despiadadamente. Desde mis primeros años de vida he amado, respetado y sentido como mis compañeros de vida a los animales. Pero todavía pasarán siglos o milenios para que sean realmente considerados y respetados por la gran mayoría, como tuvo que discurrir mucho tiempo para que los indios americanos, los aborígenes, o los negros fueran tenidos por seres humanos.
Los animales domésticos son una bendición, porque cada día podemos aprender a humanizarnos gracia a ellos, a estar en apertura amorosa, a sensibilizarnos. Los animales se convierten en miembros de nuestra familia. Son una lección viviente de ternura, indulgencia y cariño incondicional.
No ha habido un solo día en que no haya crecido mi amor por mi gato Émile. Habrá gente que no comprenda esta unión indestructible, para mí suprema, como yo no comprendo su pasión por las banalidades, lo superfluo o lo falaz. Pero el amor que nos pueden despertar los animales es superior a cualquier otro, porque está libre de exigencias, reproches, rencores, celos y expectativas, o sea que es el que más se aproxima al amor pleno y empático.
La simbiosis entre los seres humanos estrecha la consciencia, pero entre los seres humanos y los animales la ensancha. Si los animales fueran perversos y atrozmente calculadores como el ser humano, y dado lo injustos y crueles que somos con ellos, se pondrían de acuerdo para agruparse y hacer lo que nosotros venimos haciendo con ellos desde hace cientos de milenios: explotarnos, maltratarnos y esquilmarnos. ¿Nos lo mereceríamos? Que cada uno se responda según su grado de entendimiento… y su conciencia.
Ramiro Calle