Por Damián Daga.- ¿Cuántas veces habremos oído la lapidaria frase «el fin justifica los medios»? A estas alturas, ya sabemos perfectamente que no es así.
Lo que deberíamos preguntarnos -y tener bien claro- es «¿cuál es el verdadero fin? ¿Qué fin queremos?
Deberíamos darnos cuenta de que los fines egoístas -al final- siempre acaban degenerando en situaciones de pérdida:
-Pérdida de la libertad propia y ajena.
-Pérdida de los valores fundamentales del ser humano: éticos, morales, sociales…
-Pérdida de nuestra visión personal del mundo, de nuestra opinión, voluntad y libre albedrío.
-Pérdida de consciencia, de esa maravillosa oportunidad de que sea nuestra intuición la que nos guíe en el camino de la vida, perdiendo la magia, la poesía, el misterio, la posibilidad misma…
-Pérdida de valoración del momento presente -el único que realmente tenemos- y, por tanto, de la alegría de vivir, pues sólo se puede vivir aquí y ahora. Esa es la esencia de la felicidad, a través de la presencia, de la consciencia de Ser…
-Y aún un más largo etcétera. Dejo a cada cual que vaya añadiendo pérdidas a esta lista. Os aseguro que es inacabable.
Lo que deberíamos mirar es un fin colectivo, un fin universal, un fin para todos. Así es como se empieza a caminar correctamente: a partir de la generosidad, del Amor Universal. Ese debe ser «el principio y el fin», nuestro verdadero y principal -si no único- motivador. Los medios ya irán apareciendo por sí solos, y deberemos discernir y comparar si son útiles o, por el contrario, nos desvían, llevándonos a otros destinos bien distintos (Tan sólo habrá que ver si son medios egóticos y materialistas o no lo son).
Una vez conozcamos el fin, no vayamos a pensar que «estamos empezando la casa por el tejado», pues no es así. Precisamente, lo que estamos haciendo es «establecer los cimientos». Recordad que «los últimos serán los primeros».
En cuanto conoces el destino final, sabes qué caminos puedes -y debes- recorrer y de cuáles debes apartarte -eso es todavía más importante-. También conoces cuáles son los medios que podrás usar.
Debemos tener en cuenta que durante demasiado tiempo hemos usado nuestro intelecto o nuestros instintos para alcanzar determinados fines. Sin embargo, lo que deberíamos usar siempre es la intuición –la consciencia es la verdadera dueña de nuestra mente-, poniendo a su servicio al instinto, que nos permite sobrevivir, y al intelecto, que nos permite comprender. Esa es la clave de bóveda que nos permitirá alcanzar cualquier objetivo que nos propongamos, será el vehículo que nos lleve por ese camino que empecemos a transitar y que nos hará alcanzar cualquiera de los fines de los que se hablaron al principio de esta disertación.
Como bien decía Osho: «debemos ir liberándonos de todas aquellas capas que evitan que nuestra intuición se desarrolle, todos aquellos filtros que nos condicionan, tapando y asfixiando a nuestro verdadero Ser». Así pues, debemos tener en cuenta que -por desgracia- las ideologías y religiones -en fin, todos aquellos dogmas que han ido controlando nuestra vida y creando nuestros sistemas de creencias y patrones de conducta- lo único que de verdad nos han hecho es: ir cerrando nuestros propios caminos personales, limitándonos. Nuestro primer deber, nuestro objetivo vital, es recorrer esos caminos hasta alcanzar su fin.
Jesús dijo sabiamente: «No podemos guardar el vino nuevo en odres viejos». Por lo tanto, debemos buscar nuevos medios para alcanzar fines distintos, nuevos fines. «Si quieres resultados distintos, no sigas haciendo lo mismo».
Los medios nuevos deben ser adogmáticos, basados en la intuición, oyendo a nuestro corazón más que a nuestro cerebro; y dejar que ambos centros* estén en sintonía, sin que uno tenga que dominar al otro -durante demasiado tiempo, hemos sufrido la tiranía del cerebro, que ha gobernado en solitario, sin el sabio consejo del corazón; usurpando el control de otros centros, que pueden y deben controlarse por sí mismos (*centros: sexual, digestivo… Para conocer más, leer a Gurdjeff)-.
Siempre y cuando no se contradigan nuestros pensamientos con nuestras palabras y obras -que seamos uno, sin permitir la existencia de la sempiterna dualidad, sin divisiones, sin posibilidades para la duda, la mentira, la hipocresía-, sabremos que el fruto de la semilla que ya hemos plantado dará una buena cosecha -«del ciento por uno», como en la parábola de la semilla de mostaza-
Recordemos, finalmente, que un destino bueno para todos es infinitamente mejor que el mejor destino individual que podamos concebir (éxito, riquezas, reconocimiento, fama, poder, honores…), pues la gloria personal es efímera.
La verdadera gloria siempre es universal, colectiva:
–El éxito de la sociedad en pleno: a través de valores como la justicia, la paz, la igualdad, el bienestar social, la solidaridad…
–El empoderamiento colectivo: que nos dé una verdadera democracia, donde todos -y no unos pocos- tengan voz, y siempre la tengan -y no sólo cada 4 años, cuando esos pocos se acuerdan de todos nosotros-.
–La prosperidad de todos: mediante una retribución justa, solidaria, donde palabras como estafa, desfalco o corrupción no tengan lugar ni sentido.
–La paz mundial
–Un mundo feliz y libre: sin hambre, miseria o esclavitud, sin crímenes, sin sufrimiento…