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Ni ranas, ni príncipes

Por Mery Carrasquero.- En esta época en la cual avanzamos a otros modos más confortables de vivir, se vuelve indispensable, que las mujeres arreciemos la lucha en contra de los prototipos que se nos imponen socialmente a través de una educación social y cultural que fortalece el sistema de valores patriarcal, entendiendo lo patriarcal como un sistema de creencias donde un sector humano tiene derechos de privilegio y otros tres sectores: mujeres, niñas, niños, ancianos y ancianas, con derechos vulnerados cuya defensa son argumentos supuestamente «divinos» o una lógica para el acceso a la riqueza y la preservación de la misma, en términos financieros.

Si bien es cierto que muchos articulistas o escritores, han visto este asunto como parte de una deuda ancestral, donde la mujer hizo lo símil, esclavizando al hombre y colocándose en supremacía; la convocatoria espiritual es a la transformación y el logro de un equilibrio, que simplemente nos dé, los derechos correspondientes a la jerarquía humana, sin importar el rol que nos haya tocado asumir en ese espacio de la vida.

En estos términos entonces,  se hace necesario, atender las semillas, que son esos chicos, chicas, niños y niñas que están elaborando en casa y en los centros educativos, su ser hombre o mujer, según su orientación y elección, y no, de acuerdo a un sistema de maltrato al sector, que se supone  menos competente.

Es de merecer estimular la construcción del conocimiento pertinente para la trascendencia de esos modelos que en este siglo, de ninguna manera se justifican. El nuevo hombre y la nueva mujer no solo son hermanos con derechos símiles, sino copartícipes en un proyecto para la  transformación del ser humano, con el fin de que, alejados de premisas negativas que posiblemente nos haya legado vivir desde «el tener» y no desde «el ser»,  tengamos el mayor disfrute de la felicidad posible, desde lo espiritual que encarna a lo humano reconociendo nuestro estado de inocencia y viviendo desde él.

En este nuevo estado de las cosas, no habrían Ranas que besar, ni príncipes que buscar; tampoco máscaras necesarias para simular al príncipe o a la princesa, nuestro rostro seria de quien somos en la única sonrisa posible: la paz y el amor desde el derecho y el privilegio de todos por el único hecho, de ser humanos.

Nuestros hombres y mujeres, serian guerreros de luz que esparcen el conocimiento del buen vivir a las nuevas generaciones para el mayor cumulo de felicidad posible, nuestros ancianos y ancianas los libros vivos y la diversidad humana, un bien y nunca más una calamidad. Solo la luz, el progreso y la libertad puede exponer un camino de lo humano como vivencia espiritual. Dioses somos desde la verdad, la humildad y el amor, cocreadores de este universo posible.

 

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