Por Oscar Dávila.- (Relato sobre el balance entre el amor a otros y el amor propio).
Sí estás en una situación donde te tocó cuidar a tus padres, o a uno de ellos, y tal situación, por un lado, te causa insatisfacción, retraso en tu vida, frustración y dolor en general, pero, por otro lado, la vida insiste en ponerte en ese contexto de hijo cuidador, entonces debes mirar con mayor perspectiva el escenario, pues quizás, aunque suene a cliché, se trate de una de las aristas de tu misión de vida, que probablemente te esté mostrando un escenario anterior ancestral del que nadie en tu familia quiso voltear a ver.
Sin embargo, hay personas que cuidan a sus padres con mucho amor y satisfacción y no supone para el alma un peso. Estamos hablando de personas que tuvieron padres quiénes ejercieron su rol paternal con mucha dedicación y fueron protectores de su familia. Pero hay otro tipo de personas quiénes tienen o tuvieron padres abandonadores y egoístas, que dieron momentos difíciles a todos, que quizá desaparecieron por mucho tiempo, y ahora por los azares del destino, ese padre o madre ya viej@, enferm@, y probablemente arrepentid@, vuelve a la casa de uno de los hijos reclamándole, quizá por miedo, algo de protección y cuidado. Y allí es donde sale ese hijo o hija, movido quizá por culpa, presión familiar o social, o a veces por lástima, a ofrecerle ese cuidado, generando con ello las bases para comenzar un pequeño infiernito en casa.
Yo pertenezco a este segundo grupo de personas.
Y aquí estoy en casa con mi padre, pasando con él estos tiempos de restricción de movimiento, compartiendo espacios con quien estuvo muy ausente y distante mientras yo crecía, y con el respectivo roce diario por la convivencia. Parecemos dos mundos que se encontraron para colonizarse, marcando sus diferencias y semejanzas para encontrar cierta paz.
Y justo en esta coyuntura, le pido a mis guías asistenciales que me digan qué debo ver de esta situación que me mantiene un poco atado a esta casa. Ya vamos para dos años de pandemia y todo ese tiempo lo he pasado con él, un padre que enviudó hace muchos años y al que me cuesta querer, porque no puedo dejar de compararlo conmigo, que he sido un padre dedicado a mi hija, quien ya tiene 20 años y tenemos una relación muy armoniosa.
Pero debe haber algo hay detrás de esta convivencia difícil y de estas comparaciones que hago entre el «padre malo» que fue él y el «padre bueno» que soy yo. Quizá algún ancestro fue desterrado por sus hijos, o por sus padres o por su familia entera. De hecho mi padre fue un niño abandonado, y su mayor terror hoy en día es que yo lo abandone también. Pero mientras tanto ¿Qué hago con mi vida? Tengo derecho a hacer mis planes ¿O no? De moverme a donde desee y desarrollarme como ser humano, haciendo mi labor y aporte con mi trabajo y mis dones. Y esto es básicamente porque las misiones de la vida, lejos de la inercia, implican cambio y movimiento.
Y mientras cavilo con estas ideas, pienso en qué mi padre tuvo su vida que no supo conscientemente aprovechar y yo tengo la mía que cultivo y cosecho cada día. Y no tengo ningún problema en ofrecerle ayuda y apoyo en este corte epocal tan extraño, pero pienso que no debe ser a costa de sacrificar lo que quiero hacer, como lo hemos visto bastante por ahí en personas que no salieron de sus casas, que no viajaron nunca, ni se casaron, ni tuvieron descendencia, porque se auto impusieron la misión de cuidar a sus padres, aun cuando éstos últimos proclamaron de jóvenes la ausencia como bandera familiar.
Y aunque puede pensarse que eso es una decisión personal, no es mi caso, y quizá tampoco el tuyo amigo lector. Si es así, respeto profundamente tu decisión y tus motivaciones.
Pero en la insistencia de pedir qué es lo que hay que ver en esta situación, aparecen ideas como las del amor incondicional, es decir, servirle, cuidarlo, protegerlo con amor inmenso, sin esperar nada a cambio y por el tiempo que esta pandemia nos permita; aunque duela y aunque sea difícil, porque es muy probable que la misión del alma o parte de la misión del alma sea darse con amor a otro aunque nos cueste mucho. Dicen que lo que más nos cuesta hacer tiene mucho que ver con nuestra misión de vida. Sino pregúntenle a Grisy Nava o a Jocelyn Arellano, o también a la misma Amada Selina quienes han dicho cosas parecidas en videos de Mindalia TV.
A veces el alma viene en esta aparición de vida con un pequeño recado en un efímero momento de tiempo, y es a vivir esa experiencia de cuidar a alguien por el que no sientes empatía ni amor del grande, y lo hace como compensación a otras apariciones de vida, donde quizá abandonó a alguien o no quiso dar cuidados a un familiar.
Pero por otro lado, en esa misma insistencia de pedir lo que hay que ver en esta situación, puede ser que se esté mostrando una oportunidad para valorar y elevar el amor propio, donde debe estar el desarrollo de tu persona, por encima de cualquier preocupación que puedas sentir de cuidar o no a tus padres.
Es todo un reto descifrar el por qué, y aquí estoy asumiéndolo en este tiempo de confinamiento, y procurando hacerlo bien, aprovechando esta maestría para no repetir la asignatura en otra vida, porque aunque sé que nadie me obliga puedo verlo como una oportunidad para elevar mi vibración y demostrarme que de mí sale amor a mi padre y amor a mí mismo, aun en las circunstancias más difíciles.
Nadie está obligado a querer a sus padres, más aún cuando estos fueron abandonadores; pero en medio de esa tragedia hay una oportunidad para “dar” en un instante de tiempo, sin que eso implique que sacrifiques tu vida y tus sueños al quedarte como el hijo parental.
Eso sin contar que esta acción de cuidar a mi padre en este tiempo, también puede resultar reparadora para mi clan familiar. Siento que estoy mandando un mensaje a los miembros que vendrán, y es que puedo ser un buen hijo y un buen padre; y se puede hacer así de ahora en adelante por el bien de la evolución de la familia y de la especie humana. Se acaban así los abandonos en esta línea de sucesión, respetando y marcando distancia de cómo fueron las cosas antes, pero sellando un nuevo inicio para las nuevas generaciones libre de lealtades y repetición de patrones dañinos.
Estoy seguro que en tiempo de pos-pandemia me moveré para hacer una estadía corta o larga en otro sitio, siguiendo lo que me pide la vida y gestando las bases de mi propio núcleo familiar; dejando así a mi sistema de origen por completo y sabiendo que en ese momento mi padre estará al cuidado de otras personas; él con su vida y yo con la mía; colocando las cosas en su lugar. Quizá cuando leas esto te afecte un poco, o quizá apoyes mi decisión de seguir escribiendo mi historia con el pulso de mi corazón; que a la larga es una elección para seguir elevando mi amor propio y vibración. Pero estaré tranquilo de haberle ofrecido protección a mi padre en este tiempo tan difícil para la humanidad, al mismo tiempo que haberme demostrado que puedo «dar» sin perder mi integridad.
Entonces como colofón, te exhorto a procurar ver qué te trae cada situación difícil con tus progenitores; qué te trae el hecho de que ese padre o madre que no soportas sigan en tu vida y en tu casa. ¿Acaso es una oportunidad para medir cuánto puedes amar incondicionalmente a otro o cuánto puedes amarte a ti mismo o a ti misma por encima de lo que puede parecer qué es lo correcto?
Pide esa respuesta al cielo, al origen, a tus seres asistenciales, a Dios. Allí tenemos todo un reto. Y es que de esto se trata la vida.
Gracias padre por enamorarte de mi madre, y haberme traído a la vida. Sé que te escogí y gracias a esa elección estoy ahora escribiendo estas palabras para el mundo.
Oscar Dávila.