Por Nuria Velasco.– Conoces los bucles, ¿verdad? Todos tendemos a sufrirlos. Además de agotadores son inútiles completamente, pero ahí seguimos: todos los días tenemos alguno. Basta que alguien nos hable mal o nos pase algo negativo para que solito, se genere uno. El pensamiento negativo hace que se sienta una emoción negativa que genera más pensamientos, que alimentan esas emociones, que traen más recuerdos que dan la razón a los pensamientos, que a su vez avivan esas emociones….. Lo más curioso de un bucle es que parece que toma el control, que no puedes pensar en nada más.
Pero eso no es cierto, al menos no del todo.
Nuestra mente no está diseñada para hacernos felices, sino para hacernos sobrevivir. Es lógico que se activen defensas si algo en el exterior nos amenaza. Nuestra mente racional buscará explicaciones y nuestro sistema límbico activará emociones acorde a esos pensamientos. O al revés: nuestro límbico puede activar al neocortex. Y nada de esto sería un problema si no nos creyéramos todo lo que nos dicen nuestros pensamientos y emociones básicas. Es la identificación lo que genera el bucle. Nos volvemos espectadores absortos de lo que “pensamos” y “sentimos”. Dicho de otra manera: permitimos el bucle y lo alentamos. En ese momento, el amo y señor es nuestra mente y nosotros somos sus siervos. Es formidable la fuerza que tiene un bucle para llamar nuestra atención.
Los bucles son secuencias larguísimas de emociones y pensamientos que se retroalimentan. Y en general, son limitantes y negativos. Nos impiden pensar con claridad, tomar decisiones y permanecer en calma. Nos estancamos en esa esa espiral y no podemos salir de ahí. La cabeza gasta mucha energía, no sólo a nivel químico con la glucosa, sino energético: un bucle agota literalmente la energía de la persona hasta el punto que a veces genera dolor de cabeza.
Un bucle no es un bloqueo: el segundo sería una imposibilidad de pensar con claridad y más allá y el primero sería un imposibilidad de salir de un proceso de pensamiento.
Estamos tan acostumbrados a “escuchar” nuestros pensamientos y darlos por ciertos que se nos olvida cuestionarlos. Bueno, esto no sería justo del todo. Rectifico: no nos han enseñado la lección básica de que nosotros no somos nuestros pensamientos, sólo los tenemos. Pero el hecho de tenerlos parece que significa que son verdad y que nos tienen a nosotros. Los bucles son creaciones nuestras, no son la realidad. Nunca nuestros pensamientos lo son (“El dedo que apunta la luna, no es la luna”). Se activó un sistema de defensa en forma de pensamientos y emociones básicas ante una situación, les escuchamos, valoramos su mensaje y les dejamos de hacer caso. Así se para un bucle: dejando de darle atención a ese torbellino que sólo está haciendo ruido.
Hay niveles de consciencia en la mente. Pensemos en un lago con su superficie movida por el viento. Desde fuera parece que todo el lago está agitado, pero no es así, hay un nivel por debajo de la superficie que no se ve influenciado por el viento, que está en calma. El bucle siempre es superficial. Si bajamos al nivel de consciencia en el que están los “otros” pensamientos y emociones podemos hallar las respuestas a lo que nos plantea ruidosamente el bucle. Es decir: hay un nivel de pensamiento en el que ya sabemos lo que sabemos. Ahí no están las respuestas, están en donde aún no hemos buscado: donde está lo que todavía no sabemos que sabemos. Pero fíjate que está en nosotros. Así que puedes acceder.
Primero, cuando te des cuenta que estás en un bucle, párate. Páralo. Tú estás por encima de tus pensamientos, tú eres más importante y tienes más recursos que ellos, así que cambia tu enfoque con tu intención. Y un truco: observa tu postura corporal y dónde estabas mirando cuando tenías el bucle. Normalmente se mira hacia abajo, se fija la mirada en un punto o se va andando con la cabeza y la mirada baja. Sube la cabeza y mira a la altura del horizonte. Echa hacia atrás los hombros, ponte recto. Eso te va a ayudar mucho a salir del tipo de procesamiento interno de diálogo interior que es un bucle.
Ya estás fuera, ahora pregúntate:
¿Estoy en bucle?
¿Cómo me estoy sintiendo?
¿Cuánto llevo así?
¿Este bucle es nuevo o ya he estado aquí antes?
¿Estoy resolviendo algo?
¿Me está sirviendo para algo?
Si eres capaz de hacerte estas preguntas es que ya has parado el bucle, ¿lo ves? En el momento que cambias el proceso mental, ya estás en otro proceso. A partir de ahí es decisión de cada uno volver al bucle o no. Pero si quieres ir más allá, una vez que has salido de él, sigue profundizando en ti para aprender sobre tus reacciones instintivas ante ciertos estímulos.
¿Qué hace que entre en bucle con este tema?
¿Qué es lo que me molesta tanto?
¿Qué verdad creo estar defendiendo?
¿Qué es lo que me parece tan injusto?
¿Qué gano reaccionando así?
¿Cómo me gustaría reaccionar?
¿Qué puedo hacer para cambiar mi reacción automática?
Seamos honestos, un perro que se muerde la cola no hace más que dar círculos. No son productivos y sí muy limitantes los dichosos bucles. Hemos permitido la automatización de este tipo de procesos, pero es así de sencillo pararlos. Es una decisión: tienes que decidir parar la inercia y puedes hacerlo. Son tus pensamientos, que ellos te sirvan a ti.
¿En qué situaciones tiendes a generar bucles mentales?
Nuria Velasco
Muchas gracias, creo que me servirá de gran ayuda cuando vuelvan los bucles. Me quedo con dos grandes claves de tu artículo «Nuestra mente no está diseñada para hacernos felices, sino para hacernos sobrevivir» y «Nosotros no somos nuestros pensamientos, sólo los tenemos».