Por Koldo Aldai.- ¿Qué le falta de paz a la placidez de nuestro descanso estival? Seguramente que todos nuestros congéneres puedan alcanzar esa paz. ¿De qué adolece nuestro disfrute, sino de que todos los humanos seamos ese gozo en contacto estrecho con el mar o la montaña, en conexión cercana con los seres queridos, con la Madre Naturaleza…?
Ni la seguridad que reclaman los israelíes, ni la justicia que, en pura ley, reivindican los palestinos vendrán con ningún calibre de artillería. Se encendieron ya los temidos motores. Han arrancado los tanques de la devastación. Durante diez días la muerte caía de los cielos, ahora rueda ya por tierra arrasando cuanto encuentra a su paso. Somos solidarios con quienes no conciliarán sueño, con quienes en estos momentos ven acercarse el horror y la destrucción a sus hogares. Definitivamente no podemos dormir a pierna suelta tampoco en este verano. Sus noches en vela son también nuestro insomnio; sus escombros son también nuestro fracaso. Sus brazos que claman al cielo son también nuestra desolación. Cada estruendo, cada golpe artillero nos aleja de nuestro destino de hermandad humana. La solidaridad desde Europa, desde nuestra geografía privilegiada ha de seguir fluyendo, pero la responsabilidad es seguramente de la entera condición humana. El viejo continente no puede mirar para otro lado, ¿pero es justo que sea en estos días diana de tantas y afiladas críticas?
Caminar las playas sabiendo que todas las playas son holladas en paz y tranquilidad, que los niños juegan en la arena sin mirar a un cielo amenazante, que los padres la gozan con esa estampa de sus pequeños. Pasear las playas conscientes de que no hay ningún litoral amenazado, que ningún misil ensangrentará ninguna arena. Coger aviones, surcar continentes, llegarnos a otro rincones remotos del planeta, sin temor a que ningún descerebrado en ninguna parte del mundo, ahíto de jugar con la violenta consola, apretará ningún gatillo y derribará cuanto vuela sobre su cabeza.
Pasear tu pequeño mundo, pero saber que más lejos, en el gran mundo, otros pasos son también sin temblor, sin terror, sin minas en los pies, sin cohetes sobre las cabezas. Las espirales de violencia, en cualquier rincón de la tierra pueden acabar en este preciso presente. Lo estamos lamentablemente comprobando estos días en Gaza y en Ucrania: sencillos misiles nunca alcanzaron tan alto y tan lejos, pero no es menos cierto que nunca la comunidad internacional ha albergado tanta conciencia e instrumentos para la paz. Ello no bastará si falta predisposición por parte de quienes aún se obcecan en la batalla. Hoy, aquí y ahora el humano puede disfrutar de un verano sin fin, de una paz sin quebrantos.
El Estado judío carga sobre sus espaldas el terrible peso de la responsabilidad de más de 1000 muertes que pudo haber evitado. Es preciso clamar ante la salvaje devastación y bombardeo de los israelíes sobre Gaza. Es imperioso detener el reguero de víctimas inocentes, pero no es menos urgente clamar para que también Hamas cese en su ofensiva. Por supuesto que debe cesar el bloqueo sobre Gaza, los palestinos merecen su Estado propio, pero cada misil Quasam que cae estrellado en las afueras de Tel Aviv o Jerusalem, lejos de acercar ese Estado, lo aleja «sine die». La única forma de atajar futuros y tan masivos dolores y muertes es alentar conciencia de reconciliación y de paz, no estimular a una de las partes que contienden.
La hormigonera de aquí dejará un día de dar vueltas allá. La Unión Europea ha de ayudar a los palestinos, pero ellos pueden también frenar a sus elementos más exaltados, rebelarse ante el clientelismo de Hamas… Europa puede ayudar a tumbar tiranos en la antigua Yugoslavia, en Líbano, en Iraq…, pero después sus súbditos, sus facciones, sus pueblos y tribus deberán ensayar vivir en comunión, en integración, en armonía. Sí, albergamos responsabilidad. El eco del dolor humano alcanza nuestro sosiego veraniego. Explosiones más o menos lejanas perturban nuestro descanso. Nuestra paz no será total, en tanto en cuanto la humanidad siga sangrando, en tanto en cuanto todos los seres no respiren paz. Desde ese sentimiento de intransferible responsabilidad y solidaridad, apuntar que quizás los europeos no albergamos “plus” de culpa. El ciudadano del mundo tiene un lugar de referencia, sabe que en un continente los diferentes superaron la guerra, crearon un espacio de convivencia, decidieron colaborar y mirar juntos al futuro.
Sí, verano y paz para todos/as, pero esa incontenible aspiración ha de nacer primero en el corazón de quienes, en uno u otro lado, contienden. Cada quien virar la historia, instaurar en su entorno un espacio de correctas relaciones, cada quien superar abismos, ancestrales litigios y confrontaciones, cada quien fomentar a su alrededor ese espíritu de sana cohabitación y armonía. Todo nuestro apoyo, toda nuestra fuerza para ese puro, impostergable y cada vez más universal anhelo.
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