Por Ignacio Asención.- Hay una fuerza más grande que cualquier voz que provenga de nuestra personalidad. Es la fuerza de la creación, de la genialidad que heredamos. No hay punto intermedio acá: o nos enamoramos de nuestros frutos y los empezamos a dar de un modo interminable o nos apestamos del olor a podrido que nos queda por nuestra mezquindad.
Estar alineado a felicidad inherente de la Vida es como ser un árbol que nunca se cansa de dar frutos porque sabe que es imparablemente abundante, que es asistido, que solo puede brindarse a ser un canal para el amor, la transformación y la belleza.
Morir es igual a cerrarle la puerta a nuestra propia naturaleza, es olvidar la pasión y el enamoramiento del exquisito misterio que somos.
Ignacio Asención